De igual forma que existe una alternativa válida para el turismo de sol y playa, o sea la del interior o de la naturaleza, hay otra capaz de sustituir en condiciones de igualdad a la del pescaíto. Siquiera sea por el atractivo de la alternancia, seguro que el disfrute de sabrosas lonchas de jamón, que si no es de `pata negra´ puede que sea de `pernil blanco´, el cual tampoco es desdeñable; de lomo frito o del jugoso conejo al ajillo.
Cambiando asimismo de escenario, la playa por la sierra, el chiringuito por la venta al borde del camino, aunque solo sea por unas horas, se garantiza la complacencia de los sentidos. Enfilando la ruta del interior no tiene porqué renunciar al refrescante chapuzón: no hay pueblo que no disponga de piscina municipal.
Pero mejor todavía: puede solazarse con la natural frescura de las aguas de un río como la del Genal o zambullirse, cuando el tiempo lo requiera, en charcos como el Azul, a las puertas de la cueva del Gato, en Benaoján. Aquí viene a morir el río Campobuche, después de atravesar la tenebrosidad de la famosa gruta. Un remanso de paz que nos devuelve la convicción de que todavía existen paraísos terrenales.
De los castellanos del Medievo se heredó la afición por la carne de cerdo, “olivo de cuatro patas” para los ganaderos de hoy, tal es la repercusión de la fabricación de embutidos y sus excelentes resultados culinarios. De ellos nos llegó también la harina, las legumbres y el vino. De árabes y moriscos proceden el aceite de oliva, las verduras, las almendras y la miel.
La trilogía mediterránea – olivo, trigo y vid – siempre presente hace que la famosa dieta, propugnada por sus excelencias cardiovasculares por estudiosos de la nutrición humana sea una constante en estos parajes. Con estos ingredientes básicos, a los que se añadieron otros netamente autóctonos, se elaboran recetas, transmitidas de generación en generación y que hoy dan forma a una rica y variada gastronomía todavía sin la difusión que por sabrosa y saludable se merece.
Manjares como la olla de tagarninas, o la “pringá”, el salmorejo, la tortilla de mollejas, los pimientos fritos (“jamón de huerta”), las migas, los potajes de hinojos, sopa de la olla y gazpacho caliente sopeado con aceite, la caldereta, las gachas con miel o los calostros – primera leche de la cabra o vaca recién parida primorosamente preparada con migas de pan y canela – son comunes en buena parte de los municipios rondeños.
Pero abundan otros con un toque especial que establecen claras diferencias. El gazpacho o sopa de vinagre, por ejemplo. Con los mismos ingredientes de sobras conocidos fue yantar obligado de segadores en las calurosas tardes de las campiñas y hoy el más barato y reconfortante recurso para mitigar los efectos de los calores.
En El Burgo se conoce como “de cebolla”, en Algatocín ,“campero”, en Benalauría “mojado”, en Benoján, y Montejaque”de vinagre, y en Atajate “de pan”. En Yunquera se dan maña única para el “malcocinao”; en Cartajima para el conejo guisado; y la caldereta de venado es propia de Cortes dela Frontera. APujerra se va, entre otras cosas, a comer guiso de chivo y a Faraján y a los pueblos de la cabecera del Guadiaro a dar cuenta de un excelente conejo al ajillo.
En Arriate, Montejaque y Benaoján hay que probar el lomo frito, el chorizo al vino, la longaniza y los guisos de patas. De Cortes son los mejores quesos de oveja y de los pueblos del Genal, la trucha a la serrana, además de una larga serie de delicadezas culinarias que tienen en la castaña su principal valedor.
Para los golosos hay que citar los “suspiros” de Jimera de Líbar, las mermeladas y frutas confitadas de Montejaque, los pestiños de Alpandeire, las tortas de aceite y chicharrones de Benaoján, el mostachón de Montejaque, el queso de almendras de Atajate y, de paso por Ronda, las celebérrimas yemas del Tajo. Todo un lujo para el sabor.
Y, según la época, para degustar el mejor mosto no salga del Genal. En la comarca seguro que encuentra la ocasión de saborear este vinillo fresco y afrutado que encierra en su aroma esencias dela Serranía.
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