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José Becerra

La provincia a vuelapluma

La contribución

La contribución

 

Las imágenes  se me quedaron grabadas en la  mente infantil, por mi edad abierta a todos los estímulos que me venían del exterior. Cuando el verano, seco y peleón, hacía estragos en el pueblo de la Serranía de Ronda que me vio nacer, la gente de condición modesta y  obrera se acicalaba, casi tanto como en las fiestas del lugar – pantalón y chaqueta nueva, camisa blanca, alpargatas o zapatos impolutos – y se encaminaba hacía el Ayuntamiento (en Benaoján, en la plaza de la iglesia, centro neurálgico del pueblo), no sin mascullar por el camino alguna que otra maldición.

  ¿Era llegado el momento de rendir pleitesía al Patrón San Marcos? No, era llegada la hora de una exigencia del papá Estado, de la que quien más o quien menos protestaba por lo bajine o de forma estentórea porque no eran tiempos para despenderse de unas pesetas que  muchas veces había que sustraer de lo que exigía conseguir  el sustento diario.

   Había que contribuir, que quieras que no, apaciguar la voracidad del Fisco, que a mi parva edad confundía con un monstruo de muchas cabezas que se erigía, insaciable,  dueño señor de casas y haciendas. La frase que se repetía resbalaba en esquinas y mentideros: “Llegaron los de la contribución y no hay quien se escape”, se decía en voz queda, regurgitando no poco encono.

   Hoy, la contribución de antaño y su forma de satisfacerla ha cambiado de signo  a remolque de los novísimos tiempos, aparte de que ya nadie le endilga esa designación ni que haya que despojarse de la ropa de trabajo para, más adecentado,  cumplir con las exigencias del erario público en el ayuntamiento correspondiente.

   Ahora, el tributo anual nos llega de forma más aséptica y menos engorrosa para vocalizar. Tomó cuerpo intentado  limar las asperezas que quieras o no producía la antigua denominación  capaz de provocar urticaria y animadversión, que nadie intentaba disimular, ya digo. Se le bautizó de manera más lacónica y sonora y vino para quedarse: IBI, o sea, Impuesto de Bienes Inmueble, que viene cada agosto, como los  calores,  a socavarnos el  ánimo y los bolsillos.

   El malhadado IBI viene cada año por las mismas fechas y toma posesión del renglón correspondiente de la libreta de nuestra cuenta bancaria con el consabido rechinar de dientes que  produce lo que desagrada y es inevitable. Ya  me lo advirtió un viejo campesino de la Serranía de Ronda cuando se disponía a satisfacer la gabela, calle arriba camino del Consistorio local: “En este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y la contribución”.

  

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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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