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José Becerra

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Vejez y soledad, ¿dos males de nuestro tiempo?

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José BECERRA

La sociedad en la que nos acomodamos hoy día no contempla con mucha  fruición que digamos  el estado de la vejez propia, no pocas veces relacionada con la soledad. Se sienten solos muchos de los que traspasamos la barrera de los 70 años, entre los que me cuento. Iba a decir para mi pesar, pero rectifico, no me siento ni muchos menos pesaroso por haber escalado esa edad, ni me siento  expulsado de la sociedad, un sentimiento éste connatural con quien traspasa luengas barreras de la vida;  un temor que vislumbramos cuando ya se acerca la edad de la jubilación, pero que luego, no digo que no sea haciendo de tripas corazón, llegamos al momento de dejar el trabajo que nos ocupó media vida con el contento de haber podido llegar sano y salvo del todo, que la edad provecta no viene caso nunca sin el acompañamiento de algún tipo de dolencia, pero sí con ánimos de mantenernos en esta vida pese a quien pese. Y  desde luego, eludiendo en lo posible ese espantajo de la soledad, que no pocas veces ronda a quienes desembocan en una holganza obligada que se muestra insoslayable.    

   También es cierto que la soledad con ser mala consejera hay quien,  por las más diversas circunstancias la abraza sin que se pueda decir que obre en detrimento de su vida diaria, al mismo tiempo que defiende como legítima la decisión de no vivir en compañía de otra persona y rechaza la vida marital en compañía de consorte. En otras palabras, que tan plausible puede ser el celibato como la vida en común con otra persona, eso sí, sin caer en la misoginia, algo que ya toca los linderos de lo netamente psicológico y temperamental.

   Aconsejan quienes de esta cuestión saben bastante que mantenerse activo es un remedio eficaz para sentir de cerca la compañía de alguien, aunque esta presunción sea mera entelequia. Un amigo que siempre tuvo fama de sentencioso (que los hay abundancia) en la comarca rondeña  de donde ambos somos oriundos, pero que por diversas razones nos trasladamos a Málaga, el cual ya presume de no tener que cumplir el septuagésimo cumpleaños porque lo rebasó con creces, me aseguraba que la soledad es asimismo un estado que puede ser buscado y que es  una opción tan legítima como vivir en compañía de alguien del sexo contrario. Comparto su criterio, aunque no lo describa de cabo a rabo.

   En nuestra sociedad de hoy, sin embargo, vivir solo no se mira con buenos ojos. No es raro que se contemple a quien optó por este estado como un bicho raro, un misántropo introvertido que rechaza el contacto de sus congéneres o semejantes, o bien se le tacha como alguien a quien su conciencia le acusa de algún hecho delictivo o deshonroso, de ahí su terquedad en refocilarse en su soledad. Empero,  pueden existir otras razones para que alguien se vea abocado a un  soledad no buscada: la ausencia de un ser querido  con quien se  compartía vida e ilusiones al desaparecer  por muerte fortuita puede provocar un aislamiento no deseado que arrastra tras de sí momentos de pesadumbre y angustia. No se trata entonces de una soledad anhelada, sino impuesta por una fatalidad  fortuita, pero que no hay más remedio que acatar.

   Sesudos investigadores concluyen en que la soledad menoscaba la seguridad emocional y acarrea quebrantos como las apneas del sueño o la depresión, amén de problemas cognitivos; puede ser, pero  discrepo de estas aseveraciones funcionales sean extensibles para toda la sociedad. Comparto la premisa de que no es raro que a los mayores no se les conceda la atención que merecen después 40 o 50 años arrimando el hombro  cooperando para   el progreso del país siquiera sea en el ínfimo aporte de cada uno para este menester, un problema social que importa atajar. Admito esa premisa, pero  tengo que decir renglón seguido que me encuentro a gusto en mi soledad. Tal vez porque, lejos de ambiciones personales ya finiquitadas, encuentro en mis años de retraimiento alivio recurriendo a hábitos que recomiendo, como el de mantenimiento de la amistad o lectura. “Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer”,     es una sentencia de Francis Bacon que, ya en las postrimerías de la vida, suscribo sin reservas y que animo a seguirla a mis congéneres; otra es de  Fray Luis de León: “Que descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la apartada senda por la que fueron los pocos sabios que en el mundo  han sido” , un canto al retiro y al estar con uno mismo abominando de  injerencias extrañas. Para terminar con otra igualmente sabia de las muchas que llegan a mis oídos con frecuencia provenientes de paisanos de mi tierra serrana y rondeña cuando el tema sale a colación: “El buey solo bien se relame”, dicen concisa pero certeramente, no sin un deje de socarronería.

  Pueden ser la soledad y la vejez dos males insoslayables, es cierto; pero también lo es que esta certidumbre no la compartimos todos.

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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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