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Héctor Barbotta

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Duque de Marbella

De todos los episodios que mostraron  hasta dónde había caído la imagen de Marbella en los últimos años hay dos que supusieron heridas sangrantes para los vecinos de la ciudad. Uno fue cuando el entonces presidente balear Jaume Matas se permitió acudir a la ciudad en el marco de una campaña política para dar lecciones de moralidad, aleccionar a los marbellíes sobre qué tenían que hacer para mejorar la consideración de su ciudad en la opinión pública y, faltaría más, poner a Mallorca como ejemplo de buen hacer en todos esos apartados.
La segunda fue más reciente, en el verano de 2010, cuando Michelle Obama eligió el entorno de Marbella para pasar una semana de vacaciones y la Casa Real, rompiendo todas las normas de protocolo, hizo desplazar a la ilustre visitante hasta las islas Baleares para que compartiera un almuerzo con el jefe de Estado en lugar de que fuera éste, como marca la cortesía, quien la visitara en el lugar de España que había elegido para su descanso. La comida no tuvo lugar en Marbella, sino en el Palacio de Marivent,
En estos días, con Matas  dando explicaciones en los tribunales del saqueo a las cuentas públicas y de su propia inmoralidad y el Palacio de Marivent convertido en el epicentro del caso Urdangarín –una causa que no existiría si en este país el peloteo no estuviese institucionalizado–, cabe preguntarse qué clase de ensañamiento estaría sufriendo Marbella si alguno de los episodios que investiga la justicia en Mallorca hubiese tenido lugar por aquí.
Qué clase de referencias hirientes a la ciudad, que sospecha generalizada sobre todos sus vecinos, habría que escuchar si el paseíllo del yerno real y su declaración interminable de un fin de semana completo no se hubiesen producido en un juzgado de Palma de Mallorca, sino en uno de Marbella. Qué bromitas habría que aguantar si el Rey hubiese concedido a su hija y al marido de ésta no el Ducado de Palma, sino el Ducado de Marbella. Qué acusación colectiva recaería ahora sobre toda la ciudad si Urdangarín hubiese utilizado para  reunirse con Matas  una residencia oficial ubicada en la Milla de Oro o en Guadalmina.
Sin embargo, esa reunión no podría haberse celebrado aquí porque tener palacio en Marbella nunca ha entrado en los planes reales. La pregunta es si ahora cabe alegrarse por ello.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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