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Héctor Barbotta

Marbella blog

Manzana podrida

El año pasado,  mientras el paisaje de locales cerrados con carteles implorando por una venta o un alquiler invadía algunas de sus zonas más emblemáticas, abrió en Marbella una tienda Apple, con lo que la ciudad se convertió en la tercera de España, tras Madrid y Barcelona, elegida por la compañía americana.
Aquello fue, como no podía ser de otra manera, extraordinariamente recibido. Apple no es la primera empresa que pone Marbella en el centro de su estrategia, pero la marca  de la manzana se ha ganado gracias a la innovación, y al igual que otras tecnológicas, un plus de buena imagen. No en vano las salidas de nuevos productos constituyen acontecimientos que llevan a miles de jóvenes a guardar cola la noche anterior, y la muerte de su fundador, Steve Jobs, con lanzamiento de biografía incluido, causó un revuelo comparable a las muertes de líderes políticos o estrellas del rock pero inédito hasta ahora ante el deceso de un empresario. La muerte en el cénit de su éxito convirtió a Jobs en el paradigma del emprendedor tomado como modelo, en el que también encuentran acomodo los creadores  deMicrosoft, Facebook, Amazon o Google.
Pero no está nada claro que estemos ante un modelo edificante. Hoy sabemos que Google espió a los usuarios de Apple para venderles publicidad; que Microsoft ha sido multada repetidas veces por prácticas monopolísticas; que varias ONGs han denunciado a Apple por explotación laboral en las factorías asiáticas donde se montan sus productos, o que los últimos informes de la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos han revelado que Google, Microsoft y Apple se valen de la ingeniería fiscal para tributar migajas en Europa. Estos personajes simpáticos, modernos, listísimos, alérgicos a las corbatas, enemigos aparentes de las estructuras empresariales rígidas, se comportan en realidad con vocación monopólica, llevan la explotación laboral a términos inaceptables y no devuelven a la sociedad ni la ínfima parte de lo que ganan. Son, pese a su apariencia, la mejor y más moderna expresión del capitalismo salvaje.
Los jóvenes que estos días protestan con brío contra los recortes deberían saber que el Estado tendría más recursos para sanidad o educación si estos empresarios seguramente venerados por muchos de ellos pagaran lo que deben por los beneficios que obtienen.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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