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Héctor Barbotta

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Retratados

Todos los días se conocen casos. Durante algunos años este país olvidó aquel paisaje de una universidad en la que los alumnos eran, casi sin excepción, hijos de universitarios. Se creyó que la situación había cambiado para siempre cuando nos acostumbramos a que las aulas se llenaran de estudiantes que llegaban de familias donde sus mayores no habían tenido la posibilidad de estudiar, y en la que los títulos de graduación de sus hijos se colgaban no como el certificado de una licenciatura, sino como orgulloso testimonio de un ascenso social conseguido a base de esfuerzo y sacrificio que había permitido hacer realidad el sueño de todo padre: que sus hijos llegaran hasta donde él no había podido.

Pero en los últimos tiempos estamos viendo cómo regresamos a un paisaje antiguo que parecía archivado en los libros de historia y en dolorosos testimonios de otras épocas. Todos los días asistimos a historias de jóvenes que ya no pueden seguir estudiando porque el acceso a las becas se ha restringido, porque en la familia los ingresos apenas alcanzan para comer o porque la posibilidad de conseguir un trabajo que permita pagarse los gastos es una tarea imposible.

Jóvenes que no pueden hacer frente la matrícula de la universidad y dejan los estudios han dejado de ser dramas inusuales para convertise, cada vez más asiduamente, en parte del paisaje habitual. Un paisaje que confirma que cuanto más se acentúa la crisis más se acerca la igualdad de oportunidades a la categoría de sueño utópico.

No es difícil adivinar que el país sufrirá en un futuro no muy lejano las consecuencias nefastas de todo el talento perdido de quienes no habrán tenido siquiera ocasión de labrarse con esfuerzo su propio futuro.

No se trata solo de dramáticas historias individuales, sino de comprobar qué lugar ocupa la educación en la estrategia de país. En estos días asistimos a la realidad de las plazas restringidas en las escuelas de idiomas y, sobre todo, a la dolorosa agonía de La Cónsula. Resulta difícil imaginarse qué otra prioridad puede tener una administración pública que mantener una institución como ese centro de formación en hostelería.

Lo mejor que se puede pensar de quienes en estos días exhiben con desfacahatez un discurso político basado en la igualdad de oportunidades y en la defensa de lo público mientras dejan morir a una institución que en la última década dio una oportunidad a cientos de jóvenes, desencadenó una explosión de talento en la Costa del Sol y permitió un desarrollo de nuestra principal industria como nunca antes la habíamos conocido es que no tienen la menor idea de lo que están haciendo.

Si no son capaces de poner a La Cónsula a salvo de su propia ineptitud esperemos al menos que la historia los deje retratados.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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