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Héctor Barbotta

Marbella blog

Comparaciones odiosas

Después del verano se conocerá el contenido de los cerca de 4.000 folios de la sentencia del ‘caso Malaya’, y posiblemente sea la hora de preguntarse si el impacto que provocó hace siete años esa operación, que desarticuló la banda de delincuentes que gobernaba en el Ayuntamiento de Marbella y devolvió la decencia a esa institución, alcanzaría hoy día la misma repercusión. Y lamentablemente hay que llegar a la conclusión de que no. Que si hoy tuviésemos una operación similar, con la policía entrando en un ayuntamiento, llevándose detenidos a alcaldes y concejales, destapando una trama de apaño de concursos públicos, favores urbanísticos, empresarios sospechosamente generosos y políticos comprados con sobres bajo cuerda, apenas sería vista como una muestra más del infinito mapa de la corrupción en el que se ha convertido la vida pública española.

En aquel momento Malaya fue considerado el mayor caso de corrupción política descubierto en España, llevó a la cárcel a decenas de personas, dio lugar a la más cuantiosa fianza por responsabilidad civil jamás impuesta hasta entonces, hizo correr ríos de tinta, ocupó días, semanas y meses en las televisiones, estigmatizó a una ciudad entera y hasta dio lugar a la disolución de un ayuntamiento.

Pero desde entonces la riada de la corrupción ligada a los poderes públicos nos ha traído el caso Palma Arena, el caso Urdangarín, el caso Gürtel con sus múltiples derivados, el caso Palau, el caso ERES o el caso Bárcenas, por citar solo a los de más repercusión, que han dejado a Malaya casi en una anécdota y nos advierten de que la indignación que en aquellos días mostraban los grandes partidos ante lo que se había destapado en Marbella no era más que una enorme exhibición de cinismo.

Aún se recuerda que la base social del gilismo, que siete años después parece haberse volatilizado, argumentaba entonces que cuando llegó el momento los poderes públicos se mostraron implacables en Marbella porque aquí gobernaba un grupo sin vinculación con los grandes poderes políticos, pero que la misma corrupción había en todos sitios. Aquel fue un argumento que pretendía justificar lo injustificable porque no se pedía justicia en todos lados, sino en ninguno. Sin embargo, en ese punto el tiempo les ha dado la razón.

Ahora se espera que el tribunal de Malaya dicte sentencia sobre conceptos que en estos días nos resultan desagradablemente familiares: aportaciones de los empresarios a cambio de favores, políticos que cobraban sobresueldos mediante sobres que recibían periódicamente –todo ello reflejado en una contabilidad B– y operaciones de blanqueo que daban salida a todo ese dinero. Y llegará la hora de preguntarse, no sin cierta ingenuidad, si a esa sentencia le seguirán otras.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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