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Héctor Barbotta

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Oír y escuchar

Es un lugar común en la política, ese territorio que se ha vuelto previsible y depresivo, que no hay mejor encuesta que las urnas. Posiblemente por ello, nunca antes unas elecciones europeas hayan dado tanto de sí como las del pasado 25 de mayo, donde la ciudadanía expresó en el único lenguaje que entienden los políticos que el enfado va en serio y puede tener consecuencias en su modus vivendi.

Por eso, desde entonces se han producido no pocas reacciones, aunque no todas en una dirección estimulante. Si realmente se hubiera tomado nota del mensaje del 25-M, el escándalo de los fondos de pensiones para eurodiputados puestos a buen recaudo de Hacienda en una Sicav hubiera tenido alguna repercusión mayor que la dimisión de un solo parlamentario, pero una cosa es tomar nota del mensaje y otra muy diferente suicidar la cartera. Hasta ahí podíamos llegar.

 

En cambio, el resultado de la encuesta del 25 de mayo si ha servido para explicar otras iniciativas. Hay quienes se han decidido a resucitar el macarthismo en pleno siglo XXI. Ya no está la Unión Soviética, esa referencia maldita que valió para sembrar el terror ideológico en los Estados Unidos de hace seis décadas, pero a efectos de etiquetar adversarios viene bien la Venezuela bolivariana o llegado el caso el fantasma de ETA. Los etiquetados, lejos de ver rebatido su discurso, lo refuerzan con esta moderna caza de brujas de la que ahora son víctimas, por lo que estarán seguramente muy agradecidos.

También parece que algunas formaciones han dejado de hacerse trampas en el solitario y han decidido lanzarse en serio a las primarias, una aventura de final incierto que nace constreñida con la faja de los avales y de los apoyos territoriales solapados, pero que en todo caso abre una puerta que puede permitir algún día avanzar en la democratización de los partidos.

El Gobierno no se ha quedado atrás y ha sacado dos medidas estrella que también parecen hijas del 25-M. Una reforma fiscal cuyo efecto de anzuelo electoral parece haber tenido la misma duración que una bolsa de caramelos en la puerta de un colegio y un llamado ‘paquete de la regeneración’ que incluye entre otras medidas implantar en los ayuntamientos un sistema presidencialista.

La medida persigue que la lista más votada sea la que ponga al alcalde. Basta hacer una simple proyección de los resultados de las europeas pueblo a pueblo y ciudad por ciudad para explicar esta intención de modificar de un día para otro el sistema electoral español, cargarse la base del sistema parlamentario y condenar a los plenos municipales a convertirse en un estéril foro de debate. Que se proponga modificar las reglas de juego a menos de un año de un partido que se presenta competido suena a cualquier cosa menos a ejercicio edificante. Que se incluya ese cambio en un paquete de regeneración demuestra que se ha oído el mensaje del 25-M, pero se ha optado por no escucharlo.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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