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Héctor Barbotta

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El ejemplo de los exalumnos de La Cónsula

La imagen de la semana pasada en Marbella no ha estado en las fotografías en las que los políticos en campaña se inmortalizan, según el caso, con el paisaje de fondo de un problema que prometen solucionar o con una obra que espera a ser inaugurada tan pronto como se evalúe en qué momento lo aconseja la mercadotecnia electoral. Tampoco en las reuniones que, en estos días en los que la propaganda de las autonómicas se entrecruza con la de las municipales, los partidos perfilan listas y estrategias para someterse al examen de las urnas. Tampoco en las comparecencias en las que responsables de diferentes administraciones simulan tener en la cabeza la gestión de la que deberían hacerse cargo y no la cita con las urnas y su pugna por entrar en una u otra lista. Ni siquiera ha estado en la precaria ventana del precario ambulatorio cuyas nulas medidas de seguridad ni tan siquiera fueron capaces de contener a unos cacos de tres al cuarto que entraron como Pedro por su casa y arramblaron con los ordenadores.
La imagen destacada es la mirada atenta y esperanzada a pesar de todo que no ocultaba admiración con la que los alumnos de La Cónsula seguían la charla que Dani García les dio en su restaurante el pasado jueves.
Hay una circunstancia que habla mejor de la maltratada escuela de hostelería de Málaga que las estrellas Michelin que van coleccionando como cromos los más aventajados de sus alumnos. Es el cariño y la consideración que esos mismos graduados, e incluso muchos de sus antiguos responsables, siguen guardando hacia una institución sin la que, ellos mismos saben, no habrían llegado hasta el rotundo éxito profesional del que hoy disfrutan.
Basta intercambiar unas palabras con el primer director del centro, el entrañable Rafael de la Fuente; con el hoy responsable del restaurante El Lago y antiguo alumno de La Cónsula, Paco García, o con el también exalumno Dani García para saber lo que ha significado esa escuela de hostelería en sus vidas. Y lo que ha venido significando hasta ahora cuando necesitan contratar personal que les dé garantías.
No porque lo digan de forma explícita, sino por la indignación que se les adivina ante el abandono institucional y el compromiso que demuestran por intentar salvar algo que se parece mucho a esos barcos cuyo armador y capitán dejan abandonados y a la deriva con tripulaciones que, pese a todo, dedican esfuerzo y trabajo en intentar mantener a flote y guiar la nave hacia algún rumbo cierto.
Resulta difícil encontrar una inversión educativa que haya conseguido éxitos tan contrastables y rápidos como La Cónsula. Hay quien mide los aciertos de la escuela con el número de estrellas Michelin que obtienen sus exalumnos, pero posiblemente sea más pertinente hacerlo con los índices de colocación de sus graduados, con el interés que multitud de jóvenes mostraban –al menos hasta ahora– por ser admitidos, por la pugna de restaurantes de todo el país y también de fuera por hacerse con los servicios profesionales de sus alumnos. Ante todo ello, el desinterés y el abandono al que el Gobierno andaluz la somete resulta doblemente preocupante. No sólo por la suerte del centro, de sus alumnos y de la industria turística que se ve privada de un instrumento esencial para mejorar su capacidad para competir, sino también porque la propia situación describe a los encargados de tomar las decisiones. ¿Si hacen esto con La Cónsula, qué no harán con otros centros educativos de menor renombre e igual de necesarias? Los alumnos de La Fonda o del CIO Mijas pueden dar testimonio de ello. ¿Si pasa esto en un emblema sobre el que están todos los focos, que no pasará en colegios e institutos ignotos?
Cuando se deja morir un centro de educación pública no sólo se abandona a sus alumnos y profesores; se está abandonando el mejor instrumento posible para dar oportunidad a quien de otra manera jamás podría tenerla, para combatir injusticias y para atenuar desigualdades.
Frente a este abandono, han sido los propios exalumnos, hoy con carreras coronadas por el éxito, quienes han asumido la tarea de contener, incluso emocionalmente, a los estudiantes. La semana anterior fue en el restaurante El Lago; esta vez, en el de Dani García. Ante la falta de prácticas en la escuela, los alumnos han sido invitados a conferencias, se les ha enseñado como proveer a un restaurante de las mejores materias primas de la tierra, se les ha instruido sobre el valor de la innovación y, sobre todo, se les ha dado ánimo para afrontar esta situación.
Quizás no sea una responsabilidad que les correspondiera a ellos, a Diego del Río, a Paco García o a Dani García, pero lo que han hecho los honra, los enaltece como personas y como profesionales y además consigue transmitir a quien quiera leer el mensaje la dimensión del desastre que supone dejar morir de inanición, vaya paradoja tratándose de una escuela de alta gastronomía, a la mejor iniciativa educativa que ha tenido nunca la industria del turismo en la Costa del Sol.
Hay quien ha dicho que la actitud ante La Cónsula revela que posiblemente en el Gobierno andaluz alguien tiene un problema con la excelencia. A estas alturas cabe preguntarse desde qué contorsión, desde qué malabar de la dialéctica política, es posible dejar morir a La Cónsula y mantener el discurso del compromiso con el empleo, la educación pública y la igualdad de oportunidades.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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