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Héctor Barbotta

Marbella blog

Cazadores

Primero fue el juez Santiago Torres, bandera de la decencia en unos juzgados de Marbella plagado de chivatos y alcahuetes, en pleno apogeo del gilismo. El Capo campaba a sus anchas, enseñaba sus contactos e influencias en el palco de un equipo de primera división financiado por los vecinos de Marbella y escupía insultos e injurias en un ‘prime time’ que no tenía espacio para la decencia. Pero él se empeñó en lavar las vergüenzas de la justicia cuando todo el aparato del Estado miraba distraído para otro lado. El Capo pasó algunas horas en la celda de Alhaurín hasta que salió amparado por un informe forense mientras algunos de sus subordinados dormían a la sombra, en una doble muestra de impunidad y de indigencia moral. Todo aquello, según revelaría muchos años después en una entrevista concedida a este periódico, le costaría al primer juez Torres dos infartos y seis anginas de pecho.
Después llegó el otro Torres, Miguel Ángel, que lavó nuevamente las vergüenzas de un Estado que se empeñaba en hacerse el distraído. Mandó a la policía a registrar las oficinas municipales, encarceló a un equipo de gobierno casi al completo y aquello obligó a disolver el Ayuntamiento. Parecía que era una operación solamente dirigida a lavar con lejía el Ayuntamiento de Marbella, pero la operación avisó que las instituciones habían dejado de ser espacio para la impunidad. La audacia y el sentido del deber del segundo juez Torres abrieron las puertas para que después llegaran las Palma Arena, las Púnica, las Gürthel, los Eres…
Que se sepa, al segundo Torres la ‘operación Malaya’ no le costó ni infartos ni anginas de pecho, pero allí anda, en un juzgado de Granada, como confirmando a quienes están seguros de que su posibilidad de prosperar en la carrera judicial se acabó cuando dejó claro a los grandes despachos de abogados de Madrid que en su causa no había imputados de primera y de segunda, y cuando la investigación llevó a comprobar que en la trama de corrupción de Marbella también había dádivas para respetables representantes del Poder Judicial.
Marbella ha vuelto estos días a quedar atrapada en un pasado que se resiste a soltarla después de que el Tribunal Supremo anulara su Plan General y la obligara a volver al viejo y desgastado PGOU de 1986. Hay quien dice que el Supremo ha tomado una decisión audaz, pero la situación es muy distinta a la de los años difíciles, cuando un par de jueces valientes se iban de cacería, detrás de las fieras, sin más pertrechos que el Código Penal y su sentido del deber. Ahora todo parece más sencillo. Como disparar a los leones viejos y desdentados del zoológico protegido por los barrotes de la celda.
Qué bien hubiese venido esta audacia de ahora en los años en que los leones aún andaban sueltos.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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