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Héctor Barbotta

Marbella blog

La política es así

 

Tradicionalmente, Don Perogrullo habitaba preferentemente en los aledaños del fútbol: ‘El partido no acaba hasta el minuto 90’, ‘Somos once contra once’, ‘No hay rival pequeño’, ‘Nadie te regala nada’, ‘El árbitro se equivoca para un lado y para el otro’ son algunas de las expresiones más comunes y repetidas. Con todo, la más superflua, por lo simple hasta la necedad, es la que sentencia que ‘Fútbol es fútbol’, también utilizada bajo la fórmula ‘El fútbol es así’.
Pero como la simpleza ha ido ganando terreno a medida que los buscavidas sin fondo se apropiaban de la esfera pública, también la política se ha ido llenando de perogrulladas. Cada día se escuchan más sentencias de este tipo que, es oportuno apuntar, no constituyen falsedades sino todo lo contrario: afirmaciones tan evidentes que su mera alocución resulta una bobería.
Una de las más repetidas, que se suele utilizar como el atajo que permite saltarse un mínimo esfuerzo intelectual a la hora de explicar cuestiones aparentemente de compleja comprensión, es una de las más evidentemente copiadas al entorno del fútbol: ‘La política es así’.
En esa sentencia se han sustentado durante esta semana algunos intentos de interpretar las nefastas consecuencias que ha tenido para el equipo de gobierno municipal, y en concreto para el alcalde, José Bernal, el episodio, y sobre todo la fotografía, de los policías uniformados de gala y montados a caballo escoltando a una pareja de novios camino del Ayuntamiento donde la casaría el regidor.
El de Marbella es un ayuntamiento en el que el equipo de gobierno no ha podido hacer pie todavía en muchos aspectos de la gestión diaria, que ha eliminado buena parte de su programación cultural, que a un año de la toma de posesión del alcalde aún no tiene claro el organigrama de mando, que se ha encontrado en el urbanismo con una situación sobrevenida que ha colocado a la ciudad en una situación gravísima y que no ha podido traducir en hechos los compromisos de inversión del Gobierno autonómico –ahí siguen el mapa escolar plagado de necesidades y las grúas inmóviles del Hospital Costa del Sol–. Sin embargo, la mayor crisis de imagen la han provocado dos policías locales montados a caballo escoltando a los contrayentes de una boda oficiada por el alcalde y a la que asistía como invitado medio Partido Socialista.
Dan ganas de recurrir a la explicación fácil y concluir que ‘La política es así’, pero sería bueno intentar ir más allá.
Y no es necesario analizar mucho para concluir que en lo que podríamos denominar la crisis de los caballos han intervenido dos factores: por un lado, la reaparición de una imagen que supuso en su día un icono de la estética gilista; por el otro, la flagrante torpeza con la que el equipo de gobierno asumió esta crisis de imagen, comenzando por lo que suele ser el prólogo a los grandes dolores de cabeza: subestimar el problema que llama a las puertas y ceder a la tentación de recurrir a la mentira.
Sobre la policía montada como icono imprescindible del gilismo no hace falta ahondar mucho. Basta con recordar que la unidad equina fue una creación de Jesús Gil en sus primeros años de mandato, cuando impuso en la ciudad esa estética megalómana que tanto entusiasmó en aquel momento a una buena parte de los vecinos y que acabó convirtiéndose en uno de los símbolos estéticos de una época cuyas consecuencias nefastas todavía se padecen. Esa unidad, creada con más de una veintena de caballos, cantidad que con el tiempo se ha visto reducida a sólo ocho animales, fue, con buen criterio, eliminada gradualmente de los actos oficiales. Esta reaparición en una ceremonia privada en una situación que sólo puede ser interpretada como síntoma de caciquismo lleva el signo de los problemas que los responsables políticos eventualmente se buscan solos sin que nada que no sea una deficiente lectura del pulso social y de las posibles consecuencias los empuje a ello.
La segunda lectura puede hacerse no del hecho en sí, sino de la manera en que se gestionó su negativa repercusión pública. Después de que el PP denunciara los hechos –pocos regalos se le han hecho al grupo mayoritario de oposición tan grandes como éste en el año que va de nuevo gobierno municipal– el equipo de gobierno reaccionó de la peor manera posible: subestimando su repercusión en la opinión pública y mintiendo para relativizar la importancia. El portavoz del equipo de gobierno dijo que los policías habían acudido de manera voluntaria, que este tipo de custodias suponían un hecho habitual en el cuerpo y que el jefe de la Policía Local era el padrino de la boda. Ninguna de la tres afirmaciones, realizadas el pasado martes por el portavoz del equipo de gobierno en rueda de prensa, son ciertas, aunque lamentablemente la última de ellas fue reproducida por el autor de este artículo en una crónica firmada en el periódico del miércoles, por lo que corresponde pedir disculpas a los lectores. El mismo portavoz afirmó el miércoles en una cadena de televisión que el PP, durante su mandato municipal, había brindado este servicio de escolta en la inauguración de una inmobiliaria. También mentira.
El problema, cuando una crisis de imagen se afronta desde las falsedades y las medias verdades, es que el resto de la explicación entra en una sombra de duda. Incluida la afirmación de que la escolta fue decidida por el jefe de la Policía Local y que el alcalde y el concejal de Seguridad, que es también portavoz, no estaban al tanto de nada. Aunque a estas alturas eso ya parece un detalle menor.

De todas las faltas que cometen los políticos, posiblemente utilizar las instituciones como si fueran cortijos privados es la que está en estos días peor visto. Es más, la percepción ciudadana de que ese tipo de comportamientos son moneda corriente es posiblemente uno de los factores que más espacio político ha abierto a los nuevos partidos que en poco tiempo se han instalado como actores imprescindibles de la política nacional.
Por eso llama la atención que después de que el PP denunciara el asunto de los caballos los concejales de Podemos hayan decidido guardar un sorprendente silencio. Su credibilidad como grupo que actúa con criterios independientes de los del equipo de gobierno ha quedado sensiblemente dañada.

Alguien podría pensar que después de este episodio el alcalde iba hacer esfuerzos o gestos para que nadie pensara que se comporta como si el Ayuntamiento fuera suyo. Pero no, lo que hubo fueron dos tazas. El viernes a las una menos cuarto del mediodía, con la polémica de los caballos todavía caliente, dio una dispensa a todos los trabajadores municipales para que se marcharan a la feria. A la una no quedaba nadie en el Ayuntamiento. Si hubiese sido un simulacro de incendio habría que haber condecorado al jefe de Protección Civil.
Posiblemente este asunto no será criticado por ningún partido, porque nadie quiere enemistarse con un colectivo de más de 3.000 personas a dos semanas de una cita electoral. Es difícil saber si algún vecino habrá visto frustrada su intención de hacer algún trámite dejado para último momento. Pero el panorama en el Ayuntamiento el viernes a mediodía era (¿cómo decirlo?) algo bananero.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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