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Héctor Barbotta

Marbella blog

Un morito

La de Zined no ha sido una vida fácil. Siendo aún muy joven decidió separarse de sus dos hijos y dejar Marruecos para buscar en España un futuro para los suyos y para ella misma. Encontró en Marbella algo parecido a un trabajo, suponiendo que en este siglo se le pueda llamar trabajo a un modo de explotación e indignidad más propio del XIX, y a quien creyó que podría ser un compañero, con quien tuvo otro hijo.
Abandonada, siguió adelante más explotada que antes y en régimen de interna en una casa de ricos en Guadalmina, la zona más cara de Marbella, en la que el bullicio de su hijo molestaba. Consiguió apuntarlo en una guardería, pero no podía tenerlo con ella cuando salía porque sus ¿jefes? ¿empleadores? ¿superiores? le requerían una dedicación absoluta. Tuvo que dejar al niño en la casa de unos compatriotas a quienes, para que al niño no le faltara nada, les proveía de pañales y de comida y de 300 euros al mes, más de la mitad de la remuneración que recibía de sus ¿patrones? ¿señores? ¿amos? por una dedicación de 24 horas al día cinco días a la semana. Sólo los fines de semana Zined sonría. Y el niño también.
Un domingo la muchacha se presentó en la casa donde vivía su hijo y no encontró a nadie. Llamó por telefóno a los cuidadores, que le dijeron que se habían llevado al niño a Fuengirola y que se habían retrasado. Zined creyó que debería esperar una semana más para reencontrarse con el pequeño. Pero ya no habría reencuentro.
Unos días después, el mundo de la muchacha se derrumbó. La detuvo la policía bajo la acusación de abandono del menor. En la celda se enteró de que su pequeño había muerto maltratado. Se lo comunicó un policía que creyó que la sensibilidad con el drama de una madre no le iba en el sueldo.
Para Zined nada de lo que vino después tuvo la menor importancia. Ni el despido en la casa donde trabajaba –a sus explotadores les asustaba la exposición mediática–, ni el encarcelamiento de los maltratadores, ni la retirada de los cargos que pesaban en su contra, ni su posterior expulsión de España.
Es posible que la mujer ni siquiera haya tenido noticia de que quienes mataron a su hijo fueron condenados. Posiblemente le hubiese resultado difícil de entender que ninguna institución se haya personado en el caso, que la expulsaran del país pese a que era una víctima que tenía derecho a ejercer la acusación por un delito grave, que el fiscal redujera su petición de condena a nueve años y que los perpetradores del crimen, pese a los terribles testimonios oídos en la sala, hayan sido condenados por homicidio y no por asesinato. Después de todo, ¿a quién le importa la muerte de un morito?

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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