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Héctor Barbotta

Marbella blog

Alicia, alicias

Alicia no se llamaba Alicia, aunque ése era el nombre que utilizaba para ganarse la vida. Es posible que ni siquiera sus compañeras conocieran su nombre real porque en el mundo de la noche, como a veces se llama al mundo de la prostitución por un eufemismo supuestamente compasivo, todo es tan falso como la seducción con tarifa.
Alicia, o quien sobrevivía bajo ese nombre, fue sorprendida por la tromba de agua en un club nocturno, que es como se llama a los lupanares, también por compasión eufemística, porque posiblemente ni las instituciones ni quienes prefieren mirar para otro lado soportan ver un cartel que en lugar de ‘California, club nocturno’, por ejemplo, ponga ‘Burdel California’.
Quizás Alicia no usara su nombre por una vergüenza que en realidad deberían sentir los dueños del burdel, las autoridades que miran para otro lado en lugar de ordenar día sí y día también inspecciones de trabajo, de sanidad y de hacienda, y los clientes que se aprovechan de la explotación y la trata porque no hay conciencia que no lave un buen polvo.
Alicia llevaba sólo tres días en Estepona y es posible que la fueran rotando de burdel en burdel porque el negocio consiste también en ofrecer carne fresca, aprovechándose de que los clientes se comportan como si no supieran que la carne no está fresca porque arrastra una historia de explotación. Aunque quizás a Alicia no lo rotaran obligada por la fuerza, sino que rotara ella sola obligada por el hambre. ¿Qué más da?
Alicia dormía en el burdel –perdón, en el club nocturno–, porque estaba recién llegada y no encontraba a nadie que le alquilara un piso. ¿Quién le va a alquilar un piso a una rumana sin contrato de trabajo? Alicia no tenía contrato. En los burdeles la explotación no es por cuenta ajena y los propietarios dicen que se limitan a servir copas y que lo que hagan esas mujeres en las habitaciones o en los reservados no es asunto suyo. Falsas autónomas, pero en plan bestia.
La tromba de agua sorprendió a Alicia sola y lo último que hizo fue llamar a una compañera, encaramada en la barra y acosada por el agua como antes la acosaron el hambre y la necesidad. La comunicación se cortó y la muchacha, que arrastraría 23 largos años de sufrimiento, encontró una muerte horrible, acorde a una vida seguramente horrible.
Está bien que derramemos nuestras lágrimas de cocodrilo por Alicia. Pero posiblemente estaría mejor que nos preguntáramos cuántas alicias hay repartidas por los clubes nocturnos de la Costa del Sol y qué estamos haciendo además de rogar por que no venga otra tromba que ahogue a una nueva Alicia mientras saca a flote nuestras miserias.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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