Una de las escenas más célebres de Casablanca muestra al capitán Louis Renault fingiendo indignación mientras ordena cerrar el café de Rick. «¡Qué escándalo –dice mientras un empleado le acerca las ganancias por sus apuestas del día–, he descubierto que aquí se juega!»
Una sorpresa similar es la que parece haber simulado las autoridades francesas y españolas con el proceso abierto contra el exjerarca del régimen sirio Rifaat Al-Assad, a quien ahora se investiga a ambos lados de los Pirineos por blanqueo de capitales cometido por organización criminal. El tío del actual presidente sirio lleva más de 30 años entre París y Marbella y en todo este tiempo ha adquirido más de 500 propiedades en España, la mayoría concentradas en una esquina de Puerto Banús, posee una finca que ocupa más de una cuarta parte del término municipal de Benahavís y su residencia habitual cuando pasa por España está en un edificio de mármol rosado y cúpulas doradas que puede recibir cualquier consideración estética menos la de discreta. Y ahora, vaya por Dios, las autoridades han descubierto que durante todo este tiempo ha estado blanqueando una fortuna malhabida. Qué escándalo.
Desde que el nombre de Rifaat Al-Assad volvió a salir a la luz después de que la Audiencia Nacional ordenara esta semana una operación con gran despliegue de la Guardia Civil para ejecutar el embargo de todos sus bienes, han comenzado a surgir testimonios de lo que ha sido la vida en Marbella del hermano del exdictador sirio Bashar Al-Assad, padre del actual, Hafez Al-Assad, también de actualidad estos días después de que ordenara atacar con armas químicas a su propio pueblo.
A Rifaat se lo conoce como ‘el carnicero de Homa’, a su hermano, el expresidente, le había cabido el alias de ‘el león de Damasco’. Para el pequeño de la zaga, el que mata actualmente, no se ha encontrado todavía un apelativo adecuado.
De Rifaat se sabe que encabezó en 1982 una matanza contra miles de inocentes con la que se aplacó una posible rebelión integrista, que dos años después intentó dar un golpe contra su hermano aprovechando la convalecencia de éste tras un infarto y que el castigo fue un destierro regado con cientos de millones de dólares.
Se sabe también que en 1986 llegó a España y se instaló en Puerto Banús con una banda de guardaespaldas que infundían temor allí por donde pasaban, que las veces que los matones fueron denunciados por agentes policiales por la exhibición de armas con el fin de amedrentar a quien incordiara jamás pasaron más de unos minutos en comisaría, que el antiguo jerarca nunca mostró reparos en mostrarse convincente a la hora de explicar a quienes tenían la desgracia de ser propietarios de locales en su zona de influencia que lo mejor era que se los vendieran. Abundan los testimonios acerca de la mezcla de la prepotencia y la informalidad con la que hacía negocios y de la manera en que los empresarios más informados de Marbella comprendieron rápido que no era ni socio ni cliente recomendable.
Los más antiguos del lugar refieren a otros asuntos, como sus posibles entendimientos con el traficante de armas también sirio Monzer Al-Kassar, conocido para vergüenza de esta ciudad como ‘el príncipe de Marbella’ y que ahora cumple condena en Estados Unidos después de haberse movido durante años por esta zona con una impunidad difícil de explicar pero bastante fácil de entender.
Alrededor de Rifaat Al-Assad se ha movido asimismo una comunidad importante de ciudadanos sirios, entre ellos algunos exmilitares, que tampoco se han preocupado en Marbella por ocultar su altísimo nivel de vida ni su afección al régimen. Ello pudo verse, por ejemplo, en noviembre de 2011, cuando se concentraron en la Alameda para manifestar su apoyo a Al-Assad después de que Siria fuese expulsada de la Liga Árabe tras la sangrienta represión contra los manifestantes que reclamaban reformas, en un episodio que desencadenó la guerra civil en el país. Cuando el conflicto dio lugar a la mayor crisis humanitaria de este siglo, no se conoce que este grupo de expatriados haya organizado actividad alguna en respaldo de los miles de refugiados que huían de la muerte y el hambre. No puede decirse que la empatía con su propia gente sea una cualidad que los caracterice mejor que la ostentación de los bienes de consumo a los que tienen acceso.
Durante los últimos 30 años, Rifaat Al-Assad se ha movido con soltura y ni el más ingenuo podría concebir que haya conseguido construir su imperio inmobiliario en esta ciudad con el desconocimiento de las autoridades. La seguridad del Estado, los intereses geopolíticos del país y la necesidad de contar con la mejor información seguramente obligan a entenderse con personajes de esta calaña.
Pero la impunidad se ha acabado de golpe y ha llegado tras un proceso judicial abierto en Francia, donde el personaje contaba también con un patrimonio millonario, al igual que en el Reino Unido.
Al-Assad es uno más de los muchos indeseables que encuentran cobijo en Marbella, lo que podría provocar que alguien se planteara cuestionar los parámetros morales de la esta ciudad, en la que se sienten tan a gusto sátrapas de diferentes procedencias, algunos con calle incluida. Pero sería un cuestionamiento hipócrita. Estos personajes ni llegan ni viven aquí con amparo municipal ni mucho menos ciudadano. La protección viene de mucho más arriba. Y dura hasta que caen en desgracia, como ha sucedido ahora. Vaya uno a saber por qué.