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Héctor Barbotta

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El guionista

No es necesario recurrir a las hemerotecas para recordar la indignación que causó no hace mucho el anuncio de que el anterior Gobierno había autorizado prospecciones de gas frente a las playas de Mijas y Marbella. No sin hipocresía, el Ejecutivo socialista achacó a una fatalidad burocrática el hecho de que el proyecto siguiera adelante, y los ayuntamientos costeros del PP se pusieron a la cabeza de la protesta y la defensa del turismo.
Ahora es al PP a quien le toca defender los intereses de Repsol y a los socialistas, indignarse con la insensibilidad hacia el turismo, sector estratégico, creador de riqueza y empleo, joya de la corona y bla bla bla. Y ambos parecen a gusto en sus nuevos papeles.
Especial entusiasmo ha mostrado el ministro de Industria, que también lo es de Turismo aunque eso parece traerle sin cuidado, quien afirmó, con rostro pétreo, que las prospecciones serán buenas porque los beneficios se podrán reinvertir en turismo. Uno no tiene más remedio que admirar el ingenio que estos tipos exhiben para encontrar cada día una nueva manera de insultar la inteligencia de quienes les escuchan. Puede que no sean de fiar, que sus convicciones se evidencien etéreas, que sus principios, si los tienen, flaqueen a menudo, pero creatividad les sobra. Eso sí, sin salirse del guión.
Quizás, aunque ello seguramente les importe poco, no hayan caído en que en un momento en el que están volcados en la tarea de convencernos de que tenemos que hacer unos sacrificios que, sostienen, son la semilla de la recuperación que nos permitirá salir adelante, no deberían haber gastado un cartucho de credibilidad que podrían haber reservado para embustes de mayor calado.
Sin ir más lejos, el mismo ministro –no es nada personal, el hombre dice lo que le mandan– que defendió la novedosa alianza turismo-extracción gasífera, aseguró horas antes del rescate que no habría rescate.
Su ejemplo es el más paradigmático, el más grosero podríamos decir, de que a estas alturas la función política consiste en aprenderse un discurso y repetirlo como si fueran ideas propias. El problema es que el discurso se lo cambian muy a menudo. A uno, la verdad, ya le pica la curiosidad por saber quién se los hace. Quién es el cachondo que les dice lo que tienen que decir. Cuesta resistirse a pensar que además de burlarse de nosotros también se está riendo de ellos.

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Sobre el autor

Licenciado en Periodismo por la UMA Máster en Comunicación Política y Empresarial Delegado de SUR en Marbella


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