La injustificable masacre que el ejército israelí está perpetrando estos días en Gaza ha sacado a pasear todos los prejuicios, la desinformación y la incultura desde la que se suele abordar el conflicto de Medio Oriente, en el que como si no hubiera ya suficientes odios autóctonos hacemos lo posible para aportar los nuestros.
No hace falta vivir en Marbella, una tierra que no pocos árabes han adoptado como propia y donde existe una importante comunidad judía que afortunadamente también ha hecho de ésta su casa, para adivinar que el conflicto que estos días se manifiesta en una matanza intolerable es geopolítico e histórico, pero nada tiene que ver con maldades intrínsecas que se pretende adjudicar a uno u otro pueblo.
Una persona a la que se le supone un mínimo de formación celebraba ayer en Tuiter que los Reyes Católicos expulsaran a los judíos de España hace 500 años, y esa muestra de incultura -la celebración de una tragedia cuyas consecuencias (entre las que el antisemitismo ancestral no es el menor) todavía se sufren en nuestros días- sería sólo una anécdota si no constituyera el ejemplo palmario de un fenómeno que no por triste deja de ser sorprendente.
En este país a veces parece que no hay asunto que no deba abordarse desde la dicotomía guerracivilista izquierda-derecha, aunque ello obligue a caer en terribles contradicciones. Los prejuicios antisemitas que sin pudor alguno suele exhibir la progresía en cuanto sucesos como los de estos días le dan vía libre para ello demuestran hasta qué punto no es sólo la derecha más rancia la que atesora la herencia cultural del franquismo. Resulta sorprendente la facilidad con la que se despotrica contra lo judío –sin distinguir en todo caso entre judíos e israelíes, entre el pueblo hebreo y el gobierno del Estado de Israel–, como si David Ricardo, Carlos Marx, Sigmund Freud, Claude Levi-Strauss, Franz Kafka, Alfred Einstein Charles Chaplin o Woody Allen estuvieran operando los drones desde los que se bombardea a una población indefensa.
El impulso lógico es alinearse con el más débil. Las imágenes de los niños asesinados por las bombas israelíes empujan a ello. Pero la memoria de los atentados indiscriminados de Hamás deberían recordarnos que en esta guerra las diferencias no son morales, sino sólo de capacidad de fuego. Y que la mejor aportación que se puede hacer no es reproducir y alimentar el odio, sino buscar caminos de entendimiento.
Parte del problema es que solemos mirar hacia Oriente Medio desde una presunta atalaya de superioridad moral, pero un país donde se sigue utilizando la expresión ‘perro judío’ como el peor insulto posible seguramente tiene pocas lecciones para impartir en las asignaturas de convivencia, educación y respeto.