Ya se puede decir sin temor a equivocarse que la huelga general del 29-M no alcanzó los objetivos últimos fijados por los sindicatos. La paralización ciudadana no llegó a producirse.
Más allá de la guerra de cifras, de lo que nos percatamos los que la seguimos de lejos es que la sociedad en buena medida hizo oídos sordos a sus proclamas, pese a que éstas fuesen remachadas con actuaciones de piquetes que rayaron en lo delictivo a todas luces.
Se vivió con tranquilidad absoluta la huelga en los pueblos del interior, sin incidencias dignas de mención. Lo que prueba que la población cada vez se encuentra más alejada de los postulados sindicalistas y llega a la conclusión de que de que se siente harta de sus tejemanejes políticos, que no es otro el fin primordial de quienes la convocaron.
La gente fue en su mayoría al tajo y los comercios permanecieron con las puertas abiertas. Una cosa quedó clara: desconfían de quienes dicen defender sus intereses y de políticos que lo que pretenden es satisfacer los suyos propios. Se ve con ojos airados las cuantiosas subvenciones que se conceden y que salen de los bolsillos de todos.