Un hecho históricamente insólito. Si buceamos en la historia lejana o reciente de las monarquías españolas difícilmente encontraremos algo similar a lo sucedido.
Nunca las testas coronadas se mostraron propicias a reconocer públicamente cualquier error en el que incurrieran, no digamos los gobernantes y políticos que nos dirigieron o dirigen.
Don Juan Carlos, empero, lo acaba de hacer y además con semblante apesadumbrado y contrito. Sólo una decena de palabras emitidas y se obró el inusitado acaecimiento que no ha dejado de sorprender a propios y extraños.
Le bastaros una docena escasa de palabras (“Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”) para suplir cualquier otro discurso más largo y enjaretado. Suficiente para acallar las voces disonantes y satisfacer, con dignidad y grandeza, a la mayoría de los españoles. Que aprendan los mandatarios que nos meten en fregados inadmisibles y nos arruinan y jamás muestran humildad ni admiten culpas.