Una a una el PP ha ido arrinconando sus promesas electorales en aras de una pretendida contención de los males que no están causando esta malhadada crisis, cuyos tentáculos nos sojuzgan más cada día.
Y como nadie desea dispararse en el pie, se supone que hace de tripas corazón y, a fuer de vencer en el empeño, soporta que las expectativas que en su día generó vayan deteriorando su imagen paulatinamente.
Lo último, obedeciendo al Plan de Estabilidad remitido a Bruselas, recurrir al IVA (De Guindos, echó manos al eufemismo de “imposición al consumo”), una gabela indirecta de la que se abjuró siempre, y que vendrá a apretarnos aún más las clavijas a los sufridos ciudadanos.
Con una contradicción importante: si el consumo ha caído de manera alarmante, cómo esperar que el aumento de este impuesto dé los frutos deseados, ni más ni menos 8.000 millones de euros, cantidad que es la que se espera recaudar.
Exacción que nos llega en el peor momento y con unos acompañantes siniestros: el de los impuestos especiales (alcohol, tabaco y gas), que están al caer.