Un día sí y otro también trabajadores de la Sanidad y de Enseñanza muestran sus pancartas reivindicativas y protestas airadas hartos ya de recortes y de ataques a estipendios que ya dejan mucho que desear.
Prestan servicios imprescindibles a la ciudadanía y será ésta la que al final se resienta del acoso que sufren.
Manifiestan los sanitarios honradamente y sin que les falte la razón que la prestación a los enfermos acabará por erosionarse, y del mismo parecer son los docentes que ven mermadas sus atribuciones. Los dos puntales – juntos con el de las pensiones – del estado del bienestar se resquebrajan a ojos vista y los españolitos de a pie seguimos atónitos sintiendo en nuestras carnes el deterioro de la situación.
Es por lo que se oye el clamor de quienes – entre los que me cuento – reclaman que el Gobierno adelgace las administraciones públicas: menos funcionarios sin oposiciones, menos cargos públicos frutos del clientelismo político, menos directores generales y adyacentes y que de una vez por todas se someta a comunidades y diputaciones a una severa intervención para evitar derroches como los que hemos venido sufriendo hasta ahora.