En mi artículo titulado ´El cartero de Benaoján´, publicado días atrás, incurrí en un error garrafal que reconozco y por el que pido perdón públicamente a las personas interesadas que me lo han hecho ver, por cierto, algunos de manera desabrida que creo no merezco. Y creo que es así ya que en este caso considero que se debería haber impuesto el criterio de que lo que se trataba era de realzar la figura de este familiar mío – mi tío Cristóbal – y su abnegado sacrificio para sacar adelante la familia a la vez que su trayectoria como persona cabal e intachable.
Mencionar los hijos era totalmente secundario, aunque algunos lo han esgrimido como arma arrojadiza contra mí. Cierto, Olivia era la hija mayor de mi tío, que erróneamente omití en mi escrito. Cierto que su dedicación en el cuidado de sus padres – mi tía María Hiraldo, aquejada de una enfermedad irreversible, a la que ella asistió pacientemente, lo mismo que hizo con su padre hasta el momento del fallecimiento – fue un hecho real. Lo fue también la atención prestada a la familia, lo cual hizo posible en parte que sus hermanos culminaran con éxito sus estudios.
Cierto que fue una hija ejemplar. De ahí que me duela este error mío del que me percaté cuando ya no había medio de rectificar porque el escrito se estaba imprimiendo.
Si estas líneas pueden conseguir que mi prima Olivia acepte mis disculpas me daré por satisfecho.
Cierto que el hijo mayor José María es doctor de la Universidadde Granada, si lo sabré yo que he seguido sus pasos como docente e investigador excepcional, aparte de que pertenecí a la de Málaga como bibliotecario más de 12 años y por tanto sabedor de cuantos profesores integraban el Claustro. Decir que perteneció a la universidad malacitana no es más que un lapsus de memoria que lamento, pero no entiendo que sea éste un detalle trascendental.