Admitiendo que el presidente del Gobierno está haciendo lo que buenamente puede para sacarnos del atolladero se tiene la sensación, más generalizada cada día, que no acierta con medidas ni lo hace con sus declaraciones.
¿Cómo puede decir el jefe del Ejecutivo, a la pregunta de un periodista sobre las condiciones que se nos impondrán en el caso de pedir el rescate total, que todavía no las sabe porque tiene que leer la letra pequeña del documento? Bueno está que eso lo diga uno, despistado, cuando sopesa los condicionamientos de un seguro del coche. No, no es creíble.
Tampoco lo es cuando dice que a las pensiones no la tocará “de momento”. Visto lo visto tengan por seguro que acabará tocándolas. Es sabido que nuestro presidente está perdiendo crédito a raudales, o sea que se mueve en la cuerda floja.
Los que le votaron mayoritariamente empiezan a poner en duda la eficacia de su sufragio. Desde sus propias filas, además, se ve cómo destila este malestar. ¿Por qué si no se apresuran ahora a dejar sentado que Rajoy será un activo y no un lastre en las campañas gallega y vasca? Parece lógico pensar que hayan pensado en esta probabilidad para afirmar a renglón seguido que no lo “esconderán”.
No se ve ni firmeza ni contundencia en la acción de nuestro máximo dirigente. Porque está obviando una necesidad inaplazable, quid de la cuestión: la reestructuración del Estado. Menos comunidades derrochadoras, diputaciones y ayuntamientos inútiles. Menos coches oficiales, direcciones provinciales y funcionarios elegidos a dedo por el clientelismo político. Menos televisiones regionales y embajadas en el extranjero… Es un clamor, señor Rajoy, óigalo. Y volveremos a creer en usted.
Foto/Diario SUR
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