A la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, de acrisolada trayectoria política desde los tiempos de Adolfo Suárez, artífice de la sacrosanta Transición política, llegan como oleadas de un mar revuelto de espumarajos las quejas de los ciudadanos de aquí y acullá: es la voz encargada de catapultar hasta allí donde deben ser oídas (otra cosa es que lo hagan) las lamentaciones de quienes sufren los flagelos de la desgracia en sus más variadas forma e intensidad. Ahora acaba de hacer público su informa anual y si lo cotejamos con los ditirambos triunfalistas del presidente Rajoy se observan importantes discrepancias.
El abanico de denuncias elevadas hasta la defensora es amplísimo. Desde la muerte inesperada y masiva de abejas en la región de las Alcarria, que sume a los productores en una situación ruinosa hasta la derogación de la doctrina Parot que sirvió para excarcelar a sanguinarios etarras, pasando por la de orden de becas de excelencias que deja fuera a numerosos alumnos universitarios, la petición de las comunidades para que sea el Gobierno central el que devuelva el ·céntimo sanitario`, la denuncia por el uso de pelotas de gomas contra los inmigrantes ilegales, el alarmante aumento de los suicidios en prisiones, el clamor por el copago farmacéutico entre los que menos tienen, las súplicas de familias menesterosas o la exigencia de mayor asistencia a los niños incapacitados o la reclamaciones a las comunidades de una política efectiva para erradicar el hambre infantil. Y en fin, el infausto engaño de las preferentes que sumieron a tantas familias en la desesperación…
Tampoco pasa por alto el informe Becerril, es más incide explícitamente en ello, las quejas sobre la corrupción imperante en el país, las demandas para que cumplan sin paliativos las penas los que incurrieron en fraudes, sin olvidar la deficiencias en Educación y Sanidad, las cuales están en el ánimo de todos y son el pan nuestro de cada día en los informativos o los recortes impuestos en aras de una austeridad que se ceba sobre todo en los más necesitados y sin olvidar las inicuas tasas de paro que nos subyugan.
No, no responde ciertamente el informe al panorama idílico que nos recreó el presidente Rajoy en el reciente debate sobre Estado de la Nación; es más, la realidad se aproxima sin mabages a las apreciaciones que pormenorizó la oposición y el resto de diputados del hemiciclo.