Benaoján, “aguas mil”
Existen pocos suelos en Andalucía que se muestren más agradecidos en cuanto las lluvias se muestran generosas con ellos. En cuanto hacen aparición las lluvias más o menos copiosas, el término de Benaoján, en el corazón de la mítica Serranía de Ronda, se convierte como diría el poeta en “prolífica, alentadora fontana”.
`Aguas mil´ debería ser la coletilla que siguiera al nombre del pueblo, otrora imperio del chorizo y la morcilla serranas. Las benefactoras lluvias propiciadas por el zócalo montuoso de la Sierra de Grazalema, en donde chocan las borrascas atlánticas creando el fenómeno orográfico de la convección, convierten el solar benaojano en un lugar en donde bastaría levantar la primera piedra que nos topásemos en sus múltiples senderos para encontrar agua bajo ella.
El periodista y novelista Torcuato Luca de Tena ambientó su novela “Hijos de la Lluvia” en este lugar, sorprendido primero por los lagos del interior de la cueva de la Pileta, y luego por la abundancia de las fuentes a cielo abierto. Los antepasados humanoides supieron bien el sitio en el que podían asentarse satisfactoriamente. Entendieron, pese a su exigua inteligencia, la relación milagrosa del agua y la vida.
¿Pero cuántas fuentes, arroyos, pilones, veneros, manantiales o azancas borbollan en Benaoján en cuanto las lluvias se muestran pródigas?. Incontables. Enumeremos unas cuantas, siquiera sea como información para senderistas que en estos días otoñales se internan en el interior en busca de los paisajes más placenteros y gratificantes.
El `Nacimiento´ es el manantial emblemático y el más cercano a la población, colindante con el Molino del Santo. Basta con bajarse del coche en sus aledaños – carretera de Ronda – en las inmediaciones del Tajo del Zuque para contemplarlo en todo su esplendor. Si las lluvias han sido abundantes seguro que habrá “reventado”, vocablo este utilizado en el pueblo cuando además de irrumpir salvajemente el río subterráneo de la sierra de Juan Diego, escupen agua decenas de oquedades próximas. El resultado es un inmenso charco y a sus pies una prodigiosa cascada de espumosas aguas que alimentan el afluente Cascajares; en precipitada caída irán a alimentar las del río Guadiaro que ya bajará crecido por los aportes del Campobuche, el otro río bajo tierra que concede espectacular estampa a la cueva del Gato.
El Charco Azul, a los pies del Gato de piedra, se reviste con sus mejores galas en los días de copiosas lluvias. La aventura de explorar su interior es imposible cuando concurren especiales circunstancias meteorológicas, pero al excursionista le bastará con contemplar el impresionante marco de rocas modeladas y la garganta de felino escupiendo las aguas desatadas del Campopuche, el río subterráneo que horada la sierra y en limpia cascada provoca el asombro de todos cuanto pasan por su alrededor.