La calle de la Bola de Ronda siempre en el candelero
JOSÉ BECERRA
Lo mismo que, como sabemos, una golondrina no hace la primavera, tampoco cabe afirmar que la apertura de un nuevo comercio, responda o no al epíteto de franquicia con el que hoy se bautiza a los novísimos negocios que han irrumpido como lo hacen las margaritas en mayo en buena parte de las ciudades españolas venga a revalidar un pasado comercial floreciente.
Es lo que ocurre a lo largo de la calle comercial por excelencia, que es la que vulgarmente se conoce como la Bola, y ello no quiere decir que se vislumbre una vuelta a la espléndida imagen que ésta ofrecía tiempos atrás y que reflejaba como pocas las tradiciones económicas, históricas y sociales de la ciudad de Ronda.
Pero “quien tuvo, retuvo”, que decimos echando mano al acervo de dichos sesudos que alimentan el diccionario del saber popular serrano. Porque lo cierto es que, a falta de tiendas de origen familiar, que paulatinamente fueron cerrando sus puertas, la siempre populosa vía rondeña ha venido languideciendo en los últimos tiempos en lo que toca a su regeneración comercial, lo que no quita que los antiguos comercios y bazares – unos pocos resisten contra viento y marea – siguen concediéndole el lustre y el sabor de lo añoso guardando las esencias primitivas.
¿Se podría visitar Madrid sin darse un garbeo por la Gran Vía o por la calle de Alcalá, plaza de Cibeles incluida, las principales arterias de la capital española? O, quedándonos más cerca, ¿se podría ir a Málaga sin transitar sin agobios y sin prisas por calle del Marqués de Larios, la más emblemática de la ciudad? Se trata de vías urbanas de reconocido prestigio por citar algunos ejemplos en el variopinto mapa del desarrollo urbano español, que quieras que no reflejan el alma y el sentir de los habitantes de cada lugar y que las administraciones públicas no dudan en potenciar realzando sus atractivos como espejo en el que se miran propios y extraños, al margen de sus cambios estructurales.
De todas formas no se puede afirmar que esta emblemática calle rondeña, cuyo nombre primigenio de Vicente Espinel en honor del poeta, escritor y músico a caballo entre los siglos XVI y XVII que aquí vio sus `primeras luces, se haya desmantelado del todo a tenor de que se verificó en ella el cierre definitivo de algunos comercios de prestigio. Los que vivimos en pueblos próximos a Ronda y los mismos habitantes de la ciudad los echamos en falta.
Desaparecieron, entre otros establecimientos, la confitería Harillo, emporio del buen hacer dulcero (¡aquellos bollos de leche que me cautivaron en mi edad temprana envueltos en papel amarillo satinado!); la tienda pomposamente bautizada como “ultramarinos” de los hermanos Márquez, en donde los pueblerinos hacíamos acopio del chorizo o el queso rondeño de renombre; y está a punto hacerlo, si no lo ha hecho ya cuando el lector se tope con estas torpes líneas, la droguería Campos, donde los del lugar buscaban los “avíos” para el “encalijo” y remozamiento de las casas cuando las fiestas patronales se avecinaban.
También dejó de existir la sastrería Medina, donde mis padres me compraron el primer pantalón largo que lucí con orgullosa ostentación, o la cafetería – churrería Aranda que impregnaba el aire con el olorcillo de la masa frita y alegraba las pituitarias con este halago mañanero, antesala de la degustación a “pleine air” como dicen los franceses, de un desayuno tan tradicionalmente español.
Pero no toda ha sido cierre y desmantelamiento comercial: Allí siguen contra viento y marea el estanco de Marcos Morilla, con su barahúnda de artículos de todo tipo, incluidos los de juguetería antigua y moderna; la farmacia Coca, la zapatería “La Bomba”, de donde vinieron mis primeros zapatos “gorila”… Entre novísimos establecimientos de factura moderna y rutilante se afierran para no desaparecer los que siempre dieron lustre a la calle.
Pero la Bola no es solo la expresión de un ´trading centre`(a la usanza anglosajona), o calle comercial a nuestro decir cotidiano; lo ha sido siemprey continúa siéndolo, pero es algo más: es un lugar de encuentro a la sombra de casas con escudos señoriales y balconadas de forja, de paseos distendidos, de cháchara inconsecuente, de crítica acerba o complaciente de todo lo que de política se cuece; de dimes y diretes, de comentarios y verdades a medias ( ¿no es “bola” en el argot andaluz sinónimo de mentira?). Pero más que nada es lugar para el paseo tranquilo y la conversación desahogada, como digo, haciendo parada o participando en los corrillos formados en cada esquina…
Puede que haya perdido antiguas tiendas y que hayan aparecido otras de fachadas rutilantes. Pero no se puede hablar de nuevas perspectivas: la Bola sigue intacta en cuanto guarda todo lo que de antaño la hizo singularmente atractiva para munícipes y visitantes ocasionales. Como siempre, se verifiquen o no mutaciones en su aspecto, por su popularidad siempre figura en el candelero de todo lo que cabe destacar de Ronda.