Suena bien y resulta atrayente para los millones de desempleados que sufren en sus carnes la desventura de un futuro tan incierto como cruel. La formación política que lidera Pablo Iglesias ha sabido entonar una canción que acaricia los oídos de quienes todo lo perdieron y se debaten en un mar de quebrantos y desgracias en las que también sucumben sus familias. Un soniquete para cuya propalación se han encargado los medios de comunicación rendidos ante la fuerza de atracción que ejerce sobre las masas el personaje en cuestión.
Sabe cómo llegar al sentimiento y encono de quienes padecen con mayor virulencia los efectos de la crisis (ahora se aventura no se sabe bien basado en qué señales que empieza a declinar), que para muchos tuvo su causa en el desacierto de los políticos (la “casta”, según la denominación que les endilga Iglesias, olvidándose que él, como pretendía, acaba de sumarse a ella, ocupando lugar en la bancada del Parlamento europeo), a los que poco menos se le declaró, como Atila a los romanos, “guerra eterna”.
El flamante partido, inflamado de diatribas, ha sabido conjugar con acierto el malestar generalizado con el desafecto unánime que se profesa a los políticos. El resultado se constató en el logro de más un millón de votos en los comicios europeos que ya son historia. Se preguntan los politólogos si este éxito cosechado no deberá más al desafecto que aludo que a las simpatías que pudo obtener el señor de las coletas en la confrontación electoral. Porque bien miradas las proposiciones que se esgrimieron se nos antoja que están bastante alejadas de la realidad.
¿Cómo no nos va interesar que nos jubilemos a los 60 años, o que restrinja el apoyo desaforado a los bancos desatendiéndose de empresas y emprendedores creadores de puestos de trabajo, o que renueve la legislación laboral poniéndose fin a la crítica situación por la que atraviesan los trabajadores, o que se ponga coto a los desahucios, o se ponga en planta un nuevo proceso constituyente? Bienvenidos sean estos propósitos y otros de la misma índole que levantan como bandera desplegada al viento. ¿Pero son posibles? ¿Pueden plasmarse en la realidad aquí y ahora? Mucho nos tememos que no. Como no lo es borrar de un tajo la deuda pública negándola y haciendo oídos sordos a sus exigencias. El país zozobraría sin remisión, como ni dudan en afirmar sesudos analistas económicos.
La formación Podemos, sin embargo, viene calando en buena parte de los pueblos de Andalucía, tanto en los de elevada densidad demográfica como en los que la población es mínima, precisamente en aquellos en los que el paro extiende sus tentáculos. Ocurrió en Ronda, donde ya hay quienes representan a esta formación y no cejan en el empeño de que alcance cotas de aceptación entre la vecindad.
Sin embargo, sin que se tenga que hacer oídos sordos a esta cantinela cautivadora parece procedente que las propuestas se consideren en sus justos términos, ponderándolas y separándolas de lo que podrían ser cantos de sirenas despegados de la realidad.