Se resiste uno a hablar del caso Puyol desde aquí, en la maltrecha Andalucía donde abundan los casos de la corrupción entre jerarcas políticos y sus adlátares se embolsaron millones de euros substraídos de los cursos de formación destinados cándidamente a paliar la acuciante tragedia del paro que hunde en la desesperación a tantas familias de la región, o de los ERE fraudulentos que la colocó en la cabecera de la corrupción que hoy por hoy es un baldón que la aplastará durante decenios. Puede que en nuestra tierra queden todavía malhechores que siguen sin dar cuenta de sus fechorías, pero también es cierto que ya hay algunos en chirona y sobre otros se extiende alargada la sombra de la Justicia para que paguen por sus felonías.
Cierto es que vemos cada día en nuestra Comunidad el descaro de quienes señalados por sus trapisondas continúan en la calle y tan campantes. Pero esa petulancia roza lo inverosímil en el caso del que fuera y ya no lo es el honorable ciudadano catalán Jordi Puyol. Después de confesar – seguramente empujado por circunstancias políticas que lo ponían en el disparadero – que había mentido sobre enriquecimiento personal y el “fraude fiscal”, vemos al expresidente de la Generalitat un día sí y otro también paseando tranquilamente por las calles en las que se ubica su residencia veraniega como si nada tenga que ver con el fraude declarado y que mantuvo durante más de tres décadas.
Asaltado por los periodistas que no parece que altere su ánimo deambula cada mañana o atardecer hacia su café habitual del pueblecito del Pirineo de Girona y contesta a los saludos que los aldeanos, los cuales hacen caso omiso a la política y muestran anteojeras a la declaración sobre su patrimonio fuera de España, le dirigen como lo hacen a un veraneante más de los que escogen el lugar para su descanso estival. Como si con él o su familia no fuese la sacudida que ha originado en la mayor parte del ánimo de la ciudadanía del país.
Y nos preguntamos, ganados por el asombro ¿hasta cuándo durará la impunidad que gozan los que se lucraron con el dinero de todos? ¿Qué espera la Ley para que sucumban ante el peso de la Ley que debería ser igual para todos? ¿Hasta cuando camparan por sus respetos? ¿Devolverán el dinero falazmente agenciado?
Es muy difícil hacer compatible la política y la moral. No lo digo yo lo dijo sir Francis Bacon, filósofo y político inglés del siglo XVI (ya ha llovido). Lo que a mí se me ocurre es que si no se lucha denodadamente contra la corrupción no serán pocos los políticos que caigan en ella. Pero eso sería, como dicen en la Serranía de Ronda los que más años suman, poner el arado delante de los bueyes.