Tiendas de antaño en los pueblos del interior
JOSÉ BECERRA GÓMEZ
Los pequeños comercios de los pueblos del interior de Málaga, y en concreto los de la Serranía de Ronda que conozco muy bien por ser el lugar donde vi la luz por primera vez y transcurrieron mis años de mocedad y madurez, han ido cerrando sus puertas lenta pero inexorablemente.
Quedaron verdulerías, hornos y carnicerías pero las tiendas de siempre fueron desapareciendo porque dejaron de ser rentables y por lo mismo pasar de padres a hijos, como había venido sucediendo. La eclosión de los transportes y la abundancia de los medios de locomoción familiares las arrinconaron hasta hacerlas ruinosa.
La vecindad, que viene disminuyendo año tras años , y ese es otro problema social a causa de la despoblación impuesta por los bajos índices de natalidad y la emigración salvaje a zonas más prósperas, se abastece de lo necesario para el condumio diario de los alimentos primordiales para la subsistencia en los pequeños negocios locales que aún quedan en pie a trancas y barrancas, pero se trasladan a Ronda cuando son otras las necesidades por nimias que éstas sean.
Antes, en el pasado siglo que cada vez se nos antoja más lejano, no se buscaba en la vecina ciudad lo que siempre se tenía a mano. Labradores, hortelanos, herreros y talabalteros, que eran los oficios predominantes, se surtían en las tiendas de los pueblos de sus aperos y accesorios necesarios para la labor : azadas, escardillos,hoces,simientes para eliminar las malas hierbas, herraduras para calzar las bestias de cargas, piensos para el ganado… Igualmente se surtían de avíos para las matanzas caseras de cerdos, tan arraigadas en la zona, cuerdas y ronzales, azufre para la vid, necesario para eliminar enfermedades que repercutirían en la elaboración de mostos, en la Serranía, famosos por su embocadura…
Me salieron los dientes en una de estas tiendas de pueblo, atiborradas de todo cuando se pueda imaginar y que se ofrecía al lugareño a muy pocos metros de su casa. Al hilo de estas reflexiones me viene a la memoria el trabajo que en mis años de niñez me encargó un maestro de enseñanza primaria.
Se trataba de redactar una lista de los artículos que ofrecía una de las antiguas tiendas del pueblo, que daba la casualidad era la de mi padre, así que lo tenía fácil. “Casa Becerra”, que así era conocida, ofrecía tal cantidad y heterogeneidad de mercadería que me llevó días para llevar a cabo el didáctico encargo.
La lista se hizo interminable y de ella destaco lo que más me llamó la atención, dejando a un lado productos de alimentación que eran imprescindibles y las bebidas entre los que destacaban los productos del cerdo- la suculenta morcilla y el sustancioso chorizo benaojanos, que puso en pie a una industria preminente y los vinos de La Palma y Montilla, amén del mosto meloso de toda la vida, criado en las bodegas del término municipal.
Saltándome renglones de la larguísima lista anoto algunos de los artículos en venta que a mí resultaban más inverosímiles y que desde luego no era posible encontrar en otro comercio de Benaoján o de los alrededores, descontado, claro, Ronda: catecismo de Ripalda, almanaque zaragozano, libros de abecedario y primera enseñanza, libritos de primera comunión, tinteros, postales de amor y de Navidad, papel barba que servían para los documentos de compra y venta de las casas. Ovillos de hilo de coser, bordar y tricotar; para el dolor muscular parches porosos de Sor Vieginia, pastillas del doctor Andreu para la tos; colonias y brillantinas; sillas y mecedoras de madera y loneta, pinturas y barnices para el blanqueo anual de las viviendas; sombreros y boinas, martillos y palustres; adornos y figuritas del Belén, juguetes de cartón y hojalata para el día de Reyes, y, por supuesto, golosinas de todo tipo… Entre los productos de alimentación cabía destacar las aceitunas aliñadas que mi madre sabía aderezar con aditamentos que les concedían un sabor inconfundible.
Hoy, vuelvo a mi hogar y antigua tienda de la que no quedan sino muros ennegrecidos por la humedad y estanterías vacías carcomidas por el tiempo en las que aún quedan algunos objetos que se me antojan hojas marchitas de la arboleda mustia de un cementerio. Y mientras los veo me vienen a la mente los sentidos versos de Quevedo: “Entré en mi casa, vi que, amancillada/ de anciana habitación eran despojos;/mi báculo, más corvo y menos fuerte./ Vencida de la edad sentí mi espada/ y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese recuerdo de la muerte”.
Es la suerte que han corrido las innumerables tiendas donde se vendía de todo en los pueblos del interior de Málaga.
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