La fiera que se lleva dentro
Dos episodios de barbarie humana han coincido en el tiempo;solo unos pocos días han separado una de otra y han puesto en evidencia hasta dónde puede llegar la sinrazón y la maldad del hombre, capaz de ejecutar un horrendo crimen o destruir un tesoro de la antigüedad por motivos que se escapa a las mentes que no son enfermizas o innatamente crueles y sanguinarias. Es la bestia humana que se lleva dentro y de la que hablaba Émile Zola en su obra “La bestia humana”.
El relato del autor francés, reconocido como el padre del naturalismo y su más conspicuo representante, se adentra con maestría en la descripción de la condición humana y cómo los hombres sucumben a una voz interna o “fuerza atávica” que le lleva a cometer los actos más deleznables. Ya lo dejaron por sentado los autores latinos, acuñando la locución”Homo homini lupus”, que viene a decir, poco más o menos, que “ el hombre es un lobo para el hombre”, y que es capaz de cometer los más horrendos crímenes contra la humanidad de la que forma parte.
Por un lado tenemos el avión despeñado en las altitudes borrascosas de los Alpes con 150 personas a bordo que encontraron la muerte de una manera que va más más allá de lo imaginable a causa de la mente trastornada y los instintos criminales de un individuo cuyo nombre me resisto a deletrear para no darle satisfacción – “ todos conocerán mi nombre”, afirmó con jactancia– allá en las profundidades del averno, que de existir sería el lugar adecuado para que de pudriese eternamente y así pagar su alevoso atentado contra tantos inocentes que perecieron sin remisión. La bestia humana en estado puro que encuentra en la humanidad las victimas propiciatorias para llevar a cabo su horrendo crimen que figurará para siempre en los anales de la aviación no como un accidente aéreo sino como fruto de una mente puede que ser que trastornada pero intrínsicamente perversa.
Por otra parte, días atrás asistimos desde la lejanía a la entrada a saco de terroristas islámicos en el Museo de Mosul destruyendo con cuantas herramientas tenían a mano estatuas y bajorrelieves de incalculable valor artístico y cultural – hasta se atrevieron con las antiguas murallas de Nínives (capital del imperio asirio, cerca de Mosul, Irak)-, las cuales destruyeron en parte. Una destrucción fruto de la tremenda barbarie que asola el país y que se suma a la aniquilación de otros enclaves religiosos e históricos de gran valor que han sido reducidos a cenizas por el Estado Islámico. De manera salvaje se acabó con testimonios que se transmitieron de generación en generación, dándose la mano una cultura y la siguiente, y abrazando una civilización a la que le precedió en el tiempo.
Ambos episodios descritos – el de los Alpes y el de Mosul- responden, en diferentes planos, a esa inclinación de atentar contra la humanidad en cualquiera de las formas que manifiestan en el hombre esa fiera que se lleva dentro y que aflora en cualquier momento para pesar de quienes la sufren.