Ronda y la Serranía, milagros de agua, piedra y luz
JOSÉ BECERRA
Los tres elementos,agua, piedra y fuego, se conjugaron desde la noche oscura de los tiempos para componer un todo capaz de atraer a parte de los que por primera vez hollaron con sus plantas la faz de la tierra y dieron sus primeros pasos por lugares tan desiertos como inhóspitos.
En lo que hoy es Ronda y la Serranía, completado el proceso orogénico que moduló sus sierras y montes, sometidos a las glaciaciones desde el Pleistoceno hasta el Cuaternario, se necesitaron milenios para que los primeros homínidos se sintieran a gusto en este territorio. Pero lo hicieron. Incluso dieron lugar a una cultura paleolítica, traspasado el umbral de primeros cazadores y recolectores nómadas que fabricaron armas y utensilios echando mano de la piedra, madera, hueso y asta que le proporcionaban el medio al cual habían empezado a dominar hace ya la friolera de 800.000 años. Arte y arqueología conjuntadas certifican la existencia de los primeros poblados de lo que ahora es la Serranía de Ronda.
Tal vez el elemento más importante que encontraron para cimentar su progreso fue la obtención del fuego, un aliado que hizo posible dominar un territorio por naturaleza hostil para sobrevivir sobre todo lo que concernía a la alimentación y ahuyentar las muy abundantes fieras que ponían constantemente en peligro sus vidas. Con el fuego, además, aprendieron a ahumar la carne, lo que les permitía una reserva de viandas en tiempos extremadamente gélidos o de escasa caza.
Es difícil, pero no imposible, sobre todo por el conocimiento que de ello nos hacen ver los enterramientos y construcciones megalíticas encontrados en el territorio rondeño y de los que daremos cumplida cuenta más adelante, que estas incipientes comunidades que rastreaban el lugar con el asombro consiguiente obligado por una mente con un ínfimo desarrollo, mantuviesen unas estructura social básica. Debieron de existir quienes se erigían como jefes (acudiendo a una jerarquización propias de nuestros días) y quienes obedecían sus mandatos, admitiendo que esto redundaba en el bien del grupo.
No se puede llamar religión,pero sí debió existir un espíritu de trascendencia que les llevaba a entrever, si no la conciencia de su existir, sí la de que algo regía el acontecer detrás del reducido mundo que ellos llegaban sospechar. No es aventurado presumir que de este opaco afán de traspasar unos límites físico o simbólicos, nacieron las primeras muestras de arte rupestre. ¿ Se multiplicaría la caza, que no siempre era abundante, contorneando las figuras de los animales codiciados sobre la piedra? Todo hace pensar que así debió ocurrir. Y lo que sorprende es el realismo con el que estos hombres primitivos llegaban a representar las figuras de la fauna más cercana a su hábitat.
Los abrigos rocosos de la Serranía brindan la posibilidad de calibrar el poder de observación de quienes, posiblemente descollando del resto del grupo su habilidad para aprehender el animal en reposo o en movimiento , lograban plasmarlo en las frías losas – a veces en los techos herrumbrosos – con un verismo que para sí quisieran los pintores realistas – y estilistas- de épocas posteriores, sobre todo por la escasez de materiales y técnicas existentes en los albores de la vida en el planeta.
Quiso la Providencia que le cupiera a la comarca rondeña la suerte de ser uno de los primeros lugares en los que el Homo Sapiens deambulara a sus anchas, moviéndose como pez en el agua en la maraña de sus fragosidades y escarpaduras buscando en los valles – luego bautizados como el del Guadiaro o el del Genal – el agua de los ríos sin los cuales la vida primitiva sería hubiese sido imposible.
Son muestras fehacientes de esta ocupación por el hombre primigenio del terreno que
milenios después sería conocido como serrano, la Cueva de Pileta (Benaoján, Serranía de Ronda, Málaga) en primer lugar por su importancia en cuanto a yacimientos y pinturas rupestres; y, luego, la Cueva del Gato, de colosal presencia en una de sus entradas (en el mismo pueblo citado) e inquietante hendidura en la piedra desnuda (Montejaque), en la otra.