Acinipo, las huellas de un imperio
JOSÉ BECERRA GÓMEZ
Políticos de uno y otro signo se culpan entre sí por la dejadez en que se encuentran las ruinas de Acinipo y la lamentable situación en que se encuentran sus accesos. Unos por otros y la casa por barrer ,que decimos los rondeños y los que habitan los pueblos limítrofes entre las escarpadas alturas de la Serranía de Ronda.
El más claro exponente del asentamiento de Roma en el territorio que hoy responde al nombre de Ronda, fue la ciudad de Arunda, y a muy escasa distancia la de Acinipo, cuyo teatro nos retrotrae a la época de máxima expansión del imperio nacido en las orillas del Tiber.
Antes, en el mismo lugar o en las cercanías donde la ciudad se abre a la curiosidad de propios y extraños sentaron sus reales los celtíberos, una conjunción de pueblos celtas e íberos. También Tartessos tuvo sus ramificaciones en el lugar, un pueblo a caballo entre la historia y la leyenda que basó su economía en la agricultura del olivo y la vid, por lo que los historiadores que discrepan en cuanto si hollaron o no las tierras rondeñas – su asentimiento principal fueron las actuales provincias de Huelva y Cádiz, pero que extendieron hasta el sur peninsular, llegando hasta en norte de África, por lo que no hay que desdeñar su paso por las que sería el ámbito geográfico rondeño – sí están de acuerdo en que fueron los que impulsaron el desarrollo de este tipo de plantaciones, a las que Roma sacó tanto provecho. El vino y el aceite hispano que las familias nobiliarias se disputaban en la metrópolis.
Roma aprovechó calzadas que cruzaban la península de norte a sur, y que han servido para el trazado de las carreteras actuales, y lo mismo hizo con los poblados que encontró a su paso. Es el caso de Acinipo, al que le cupo el honor de recibir el espaldarazo de Vespasiano, el cual le otorgó el derecho latino, emparejándola así con poblaciones como Córdoba y Sevilla. Una floreciente población de cuya importancia habla elocuentemente la construcción del teatro, cuyos restos han llegado hasta nuestros días.
Pero Roma no se contentó con levantar de la nada y para la posteridad a Acinipo, que fue destruida por los vándalos en el siglo V, sino que a escasa distancia, sobre los cimientos de la que luego sería Ronda, se erigieron los muros de otra ciudad de no menor abolengo romano: Arunda. Surgió de los restos arqueológicos de antiguos poblados y tuvo vida propia independiente de Acinipo,coexistiendo ambas ciudades en el tiempo. Es la conclusión a la que llegan autores de la historiografía del lugar: No se fundó Acinipo por los colonos romanos cuando el Imperio daba muestras de su quebranto dando pie a la leyenda de Ronda la Vieja como refugio de los que huían los hacendados de Arunda.Una y otra gozaron del esplendor propio del aura romana y sucumbieron ante los invasores del norte, probablemente al mismo tiempo. Le cupo la suerte a Acinipo,de que se se respetara su teatro, y no fuese arrasado como el resto del poblado por las hordas germánicas.
Hay historiadores que afirman que Acinipo fue fundado tras la batalla de Munda, hecho bélico que ocurrió en el año 45 a.C. Entre los ejércitos de Julio César y el de los dos hijos de Pompeyo, Gnaus y Sextus…
Así mismo dan por sentado que Munda es el nombre dado a Ronda, cuando fue fundada tras la batalla bautizada con este nombre. Sin embargo, según Plinio, esta batalla tuvo lugar en el pueblo con el mismo nombre hoy cerca de Osuna, a unos 50 kilómetros al norte de Ronda, en la provincia de Sevilla. Acinipo por su parte, según acuerdo generalizado de los estudiosos de la historia local, fue levantado por los veteranos de la legión de César, mientras que Arunda se fundaría como población anexa, probablemente como resultado de conflictos creados por las legiones veteranas de Pompeyo. Para César Munda supuso una acción guerrera definitiva, después de la derrota de las fuerzas de Pompeyo en Grecia. Pero no se trató de un ejercicio de limpieza del enemigo: Diez mil romanos de ambos ejércitos perecieron. No hubo ni vencedores ni vencidos.
Ambas ciudades se planearon respondiendo al pie de la letra de las que fundara Roma al paso de los territorios conquistados a los antiguos pueblos íberos, luego arrollados por el ímpetu de Cartago. El esplendor del imperio romano se reflejaba en sus estructuras y respondían ambas a una composición octogonal, forma que adquirían por el delineado de sus calles y el lugar en el que se levantaban las murallas y puertas de entradas, arquitecturas de colosales dimensiones, las cuales respondían a la importancia de los elementos constructivos que encerraban; así el teatro,símbolo cultural y lúdico que hablaba de la presencia de núcleos de poder como el cuerpo senatorial y los magistrados locales.
Junto a las puertas de entrada se levantaban las necrópolis, ya que en las leyes de las XII Tablas se prohibía las inhumaciones e incineraciones dentro de la ciudad: “Ningún cadáver puede ser enterrado dentro de la ciudad” (Tabla número X)Pero había excepciones, como la de los niños que podían enterrados en la misma casa. Los potentados enterraban a sus muertos en sus fincas, pero eso sí, las sepulturas no podían construirse en terreno fértil. ABASCAL, J.M.”La muerte en Roma, fuente, legislación y evidencia arqueológica” pp 205-245.
La necróplis de Acinipo, hallada en las cercanías del yacimiento arqueológico en el abundan vestigios de la ciudad, según explicaciones del director del Museo Municipal de Ronda, Bartolomé Nieto, que se encargó en su día de dirigir la excavación, data del siglo IV a.C. al I de la era cristiana. Consta de 42 enterramientos y se catalogó como íbero-romana. Se trataría de un crematorio de índole familiar, singular en Andalucía,región en la que no resultan abundantes este tipo de sepulturas, al menos por la parquedad de los hallazgos verificados hasta la fecha.
Del total de sepulturas sólo una respondía al rito de inhumación, el resto correspondía al de incineración. Las conjeturas hablan de que al difunto lo entregaban al fuego purificador sin desprenderle de su vestiduras, después de introducirlo en una caja de madera; a renglón seguido cribaban los restos y la osamenta se introducía en urnas funerarias ya de cerámica, ya de piedra, que acaban en la necrópolis para su descanso eterno.
Es de notar que las tapaderas de las urnas funerarias,en las que no encontró restos de ajuar, a excepción de objetos personales como hebillas metálicas de cinturón o joyas de adornos o sujeción de la toga, se asemejaban a techumbres de viviendas a dos aguas, indicativo de la última morada en que habrían de evitar tras la visita de la Parca. El enterramiento que denotaba una inhumación, por contra, si ofreció abundante muestra de elementos de adornos femeninos, ya que se trataba de los restos de una mujer. Así aparecieron objetos utilizados en vida de la difunta como un espejo de bronce, platos de cerámicas que sirvieron como mezclador de pigmentos de maquillaje y pequeñas perlas de cerámica coloreada que, al parecer, se empleaban como talismán para repeler el mal de ojo.
Fotos: Turismo de Ronda