Viaje a la Serranía de Ronda
JOSÉ BECERRA
Han transcurrido cuatro décadas desde que aquel aciago día de 1976 una expedición compuesta por cinco jóvenes vivieron angustiosos días en el interior de la Cueva del Gato, a un tiro de honda de Benaoján.
Ahora – el día 4 de Febrero de 2017- se rememora el luctuoso trance – uno de los cinco espeleólogos pagó con su vida el hollar las ariscadas entrañas de la gruta – y en el pueblo se ha querido revivir aquellas trágicas jornadas con diversos actos, entre los que se cuenta la proyección de una película del luctuoso suceso, entre otros actos auspiciados por el Ayuntamiento.
A raíz de este trágico suceso hilvané una novela –“Viaje a la Serranía de Ronda” -, naturalmente incorporando elementos imaginativos, los cuales, empero, de alguna manera reflejaban parte de la realidad vivida.
Estas son las primeras páginas de un infausto suceso que me movieron a relatar – cambiando situaciones y hechos – los acontecimientos que conmocionaron no solo a Benaoján, sino a buena parte del país.
————————————————————————————-
Los vecinos de Benaoján, los curiosos que pasaban por la carretera de Ronda a este pueblo de la Serranía de Ronda, los automovilistas que se paraban a comer en la venta “Joselete”, a dos pasos de la cueva del Gato, habían mantenido una continua presencia en las inmediaciones del lago Azul.
Desde hacía cuatro días duraba la búsqueda del joven desaparecido en el interior de la cueva y todos los esfuerzos para dar con su paradero habían resultado inútiles.
“El Gato, que se ha cobrado otra víctima”, decían unos a otros, los que ya sabían lo sucedido a los que se acercaban a preguntar sobre lo que estaba ocurriendo. “Ni los submarinistas de la Guardia Civil han podido encontrarlo”. El pesimismo se generalizaba a medida que transcurrieron las horas. Había quien se acercaba a los familiares del joven desaparecido y se interesaban por lo sucedido y pronunciaban palabras de aliento.” Están ahí desde que lo avisaron. Se lo llevan de noche para que descanse algo, pero solo por pocas horas. No se retiran”.
Los familiares, extenuados por la espera y el cansancio agradecían las muestras de solidaridad de la gente. Pero rechazaban cuanto les ofrecían. “Beban este caldo caliente, les reanimará un poco. No pueden continuar así un día y otro.”
“Un día y otro…”, se le oía decir a una anciana demacrada, que nadie sabía cómo podía resistir tanto. Con mano que le temblaba perceptiblemente se llevaba la taza de caldo a la boca, para no beber sino unos pocos sorbos.
Fue en uno de estos momentos, en la tarde del cuarto del día de búsqueda, cuando se paralizó el movimiento de la anciana en su gesto de llevarse la taza a la boca. El líquido impregnó sus ropas al caer sobre ella, y los familiares que estaban a su lado no pudieron evitar que se pusiera enérgicamente de pie con un grito ahogado.
Ante se habían oídos otros gritos, gritos precipitados, que se atropellaban unos a otros y que hizo moverse a los corrillos de gente que hasta ese momento habían permanecido expectante, como si se hubiese dado un pistoletazo de salida para iniciarse una competición.” ¡Ya vienen los guardias”, decían!, exclamaban.” “¡Ya lo traen!”, “ “ ¡Lo han encontrado!” “! Ya lo traen”, decían.
Los submarinistas de la Guardia Civil descendían las escaleras que unen la entrada de la cueva del Gato con la explanada terrosa y el charco Azul que se abren a sus pies. Hubo un movimiento repentino de agitación entre los que esperaban, pero los intentos para acercarse a los que bajaban eran inútiles. La Policía Local, que en los últimos días se había unido a los agentes de la Guardia Civil y había servido como apoyo y retén nocturno, impedía la aproximación.
Sólo los familiares pudieron acercarse; la anciana, sostenida por los padres del joven cuyo cuerpo acababa de ser rescatado, y un hombre bajo y mofletudo, con bigote negro y calvo, que durante todos los días de la espera, había permanecido junto a ellos y que fue quien en todo momento inquiría sobre los acontecimientos de la búsqueda e informaba a la prensa sobre ellos. Tampoco los equipos de televisión, cámaras en ristre, congregados en las inmediaciones durante los dos últimos días lograron abrirse paso. “Por favor, -decían – tenemos que verlo de cerca”. “Ya lo harán, ahora esperen ahí, como todo el mundo”. Los agentes municipales abrían los brazos y se mostraban enérgicos y tajantes.
El equipo de salvamento, ante la expectación de los que miraban sin pestañear dejó en el suelo, unas camillas en la que se podía ver el cuerpo del joven, con tez demacrada y los ojos cerrados. Eran las camillas que esperaban. Fue la razón que en la barahúnda de voces, requerimientos y gritos, nadie se apercibiera, que alguien, desde lo alto de la boca del gato, justo donde el río empieza a despeñarse en el lago lanzara atropellados gritos y órdenes a los compañeros de abajo.
“ ¡Traed mantas, deprisa, hay más cuerpos que bajar!. ¡Rápido, no hay tiempo que perder!”.
A los gritos de los de arriba, se superponían los de abajo sumidos en un frenético ajetreo.
“¡Está vivo! ¡Respira! ¡La ambulancia!, ¡La ambulancia!”, reclamaban con gritos.
Los gritos de guardias y enfermeros que rodeaban las camillas se repitieron como un eco convulso entre los que aguardaban. “¡Vivo, lo han encontrado vivo!”. Nadie lo esperaba porque todos temían, se lo habían venido diciendo entre sí, que después de cuatro días en el interior del Gato lo que este dejara ver sería un cadáver.