Escolares acosados
JOSE BECERRA
Niños que sufren amenazas de sus compañeros de colegio cuando no agresiones son el pan nuestro de cada día, según la frecuencia con que los medios de comunicación vienen denunciando. Lo último, el acoso que venía sufriendo un alumno de un instituto de Fuengirola, al que se le venía sistemáticamente haciéndole la vida imposible con asedios, acosos y humillaciones por parte de los que supuestamente habría que considerar como compañeros de clase. Horroriza saber que incluso se llegó a ponerle presuntamente al infortunado una navaja al cuello. Simultáneo a este suceso que nos horripila padres y abuelo, otro idéntico en Estepona, protagonizado por chicos que hacen de su colegio un gueto propio donde zaherir a sus compañeros con saña y sin miramiento alguna, quedando sus hazañas en buena medida del todo impune. Meses atrás nos despertamos con la noticia de que otro menor se arrojó al vacío desde una vivienda situada en los altos de un inmueble dejando patente que el mobbing (palabreja que aquí se ha instalado procedente del Reino Unido), había convertido su vida en un infierno. Asedio, acoso, acorralamiento que no tienen por menos que causar terror y desprecio de los hostigadores a quienes hacen blanco de sus afrentas, como digo, no pocas veces impunemente.
Nos desvivimos los progenitores para que nuestros descendientes de escasa edad no sufran antes de tiempo los zarpazos que la vida ha de depararles con toda probabilidad y llegan unos inconscientes desalmados que nos lo maltratan cuando apenas se han asomado al mundo.
Algo habría que hacer para evitar estas acciones. Cierto que existen protocolos en escuelas e institutos para hacer frente a estos acosadores, que casi siempre se resuelven con el cambio de clase o del colegio en cuestión al hostigado y, en cambio, incomprensiblemente los hostigadores se quedan; cuando debería ser todo lo contrario, con lo que no es raro, que después de breves apartamientos vuelvan de nuevo a las andadas.
Los profesores bastante tienen con impartir sus lecciones y asesorar y dirigir la orientación educativa. Sin embargo, una nueva figura en el ámbito académico se impone: una persona que vigile de cerca el comportamiento de los chavales, antes, durante y después de las clases correspondientes para evitar que los más desalmados abusen de compañeros que se ven obligados a bajar la cerviz ante sus desmanes.
Los padres tenemos derecho a que nuestros hijos no sufran maltrato en lugares en los que los dejamos para formarse y no para que en su lugar padezcan afrentas que les marcarán indeleblemente. Mucho nos jugamos en el empeño.
Que nadie mire para otro lado en un tema tan candente como reprobable. Está en juego la integridad física y psíquica de nuestros hijos ante los ataques de depravados que por no haber cumplido los 14 años obran a su libre albedrío.