Los canales comerciales sólo en parte acogen la producción artesanal, si bien en Ronda existen tiendas especializadas donde se exhibe y están al alcance de quienes se sienten interesados por objetos creados a mano por estos artífices. Contra viento y marea mantienen su quehacer despreciando las técnicas modernas de producción en serie que tanto desvirtúan lo que es intrínsico al sentir popular serrano en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. Tampoco faltan quienes en ratos libros se entregan en cuerpo y alma a dar rienda suelta a su espíritu creativo dando forma a pequeñas obras de arte, sea cualquiera la materia prima utilizada, con el único fin de satisfacer sus inclinaciones artísticas ya sea para adorno del hogar, ya para que sirvan como presente a sus amistades y allegados.
El recurso a la madera, particularmente a la de olivo al que se le tributa poco menos que veneración en la comarca, es proverbial entre los artesanos rondeños. Recurriendo a ella se fabrican muebles con la pátina de lo antiguo respondiendo a la demanda de quienes desean adornar sus hogares con los elementos que hablan de prosapia y de una alta consideración social.
El mueble rondeño le disputa preeminencia a cualquiera otro fabricado en las distintas regiones andaluzas y españolas. El mueble rondeño ofrece hechuras que les son propias a los artesanos de la comarca. La madera artísticamente labrada brinda, además de muebles, útiles y objetos de adornos, además de instrumentos de cuerda codiciados por músicos de los más distintos pelajes. No es casual en este contexto que fuera el m rondeño Vicente Espinel, eximio autor de la novela picaresca Vida del escudero Marcos de Obregón, quien añadiera la quinta cuerda a la guitarra; instrumento musical éste de reconocido prestigio por su equilibrado sonido y viveza. Marquetería y taracea, procedimiento éste basado en insertar particularmente en la madera pequeñas piezas de un material cualquiera – incrustación – con fines decorativos.
Más abundante si cabe que la madera merece especial mención la alfarería. Expertos anónimos que conocieron todos los secretos de la modelación de la arcilla previo endurecimiento por cocción de este material terroso nos legaron artísticas piezas de cerámica primitiva o de carácter popular hoy exhibidas en museos arqueológicos, o dedicadas a la decoración de interiores.
¿Y qué decir de la orfebrería rondeña, una categoría artesanal que traspasó fronteras por su originalidad y remoto abolengo? ¿Qué constructor o decorador que se precie a la hora de diseñar una vivienda, una fachada o un interior de los que se esperan responda a cánones añosos o de noble raigambre prescindiría de la forja de rejería rondeña? Maestros especializados – herreros, fundidores y forjadores- mantienen la tradición de tiempos finiquitados que beben la influencia de los trabajos comunitarios que se iniciaron en los tiempos de la conquista de la Península durante la etapa la Roma Imperial y que han perdurado con altibajos hasta nuestros días. No hay más que darse un paseo por la variopinta calle de la Bola para admirar estos trabajos de forja en las ventanas de algunos de sus edificios emblemáticos. Rejas, faroles,
Tampoco se queda atrás Ronda y su comarca aledaña en la artesanía que se elabora con filamentos vegetales. En la ciudad y en los pueblos que la circundan y bajo su influencia permanecen se sigue echando mano a la palma, el mimbre, la pita o las varetas de los olivos, entre otras fibras para confeccionar infinidad de útiles, enseres y objetos de uso diario para uso propio o la venta callejera.
Canastos, cestas, serones para las bestias de carga, capachos para el transporte de los productos de la huerta, abarcas, soplillos para los braseros de carbón, esportillas para albañilería, talegos, soportes para macetas, apliques… Un sinfín de enseres que siguen los cánones de las labores tradicionales y que sirven las necesidades más perentorias del hogar y el trabajo en el campo o la ciudad, además de satisfacer el gusto y el apego por las cosas hechas a mano que proporcionan todo el placer de la recurrencia a objetos alejados de la producción en serie y la mercadería habitual y omnipresente.
Igualeja, a dos pasos de ronda, sobresalió en la fabricación de artículos de cuero, los cuales pasaban a ser comercializados en Ubrique, el de las Petacas (Cádiz). Hasta la Ciudad del Tajo llegan desde los pueblos limítrofes las labores de talabarteros como las sillas de montar o los arneses que lucen corceles en la feria septembrina. Alazanes que arrastran calesas en las que lucen sus encantos las Damas Goyescas o dibujan alegres cabriolas, obedientes al bocado que dirige sus pasos merced al antojo de jinetes ataviados a la antigua usanza vaquera.
Es cierto, buena parte de las labores artesanas rondeñas abandonaron los hogares en las que permanecieron durante siglos y fueron a parar a salas de museos o las vitrinas de coleccionistas donde ahora se guardan celosamente. Pero todavía existen tiendas de antigüedades de Ronda donde pueden sorprendernos con objetos hechos a mano que salieron de hornacinas polvorientas muchos años atrás y que hoy suponen un regalo para la vista y un tesoro para quienes andan en pos de rarezas para su propia satisfacción y lucimiento personal. Imperecedera artesanía rondeña que los siglos legitiman como única en el ancho mundo.