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José Becerra

La provincia a vuelapluma

Ahorradores temerosos

Ahorradores temerosos

JOSÉ BECERRA

Ahorradores timoratos siempre han asistido en el ancho solas hispano. No digamos en los pueblos del interior peninsular y, en concreto, en los que configuran la provincia malagueña. Se idearon a través de los tiempos los más insólitos lugares para guardar las ganancias procedentes con frecuencia de modestos trabajos frutos de oficios modestos que apenas llegaban para satisfacer el condumio diario. El colchón fue el lugar pintiparado para ponerlas a buen recaudo.

El Banco de España y la CNMV, que vienen haciendo exhaustivos estudios al respecto, acaban de concluir que alrededor de un  40% de los españoles optan por guardar sus ahorros en un lugar que siempre fue considerado como el más seguro: el colchón. Debajo del jergón en el  que cada noche se acogen a los brazos de Morfeo para descansar del diario acontecer, desde tiempos ignotos porque se pierde en lo obscuro de los tiempos, son muchos los que  guardan los frutos pecuniarios que se obtienen a lo largo de la vida y de los que en contadas ocasiones se echa manos de ellos si no es  para solventar necesidades urgentes e inaplazables de la familia. Podría ser una afirmación exagerada si no fuera porque procede de encuestas realizadas y que ofrecen merced a su alcance y exhaustiva  comprobación todos los visos de realidad.

La costumbre de recurrir al colchón para poner  buen recaudo las ganancias debidas al trabajo personal viene de antiguo. En los pueblos pequeños perdidos en la ancha geografía hispana esta forma de preservar la riqueza monetaria, si se  puede denominar así los menguados beneficios obtenidos mediante el acceso a raquíticos sueldos o ventas de productos del campo que podían aportar pequeñas heredades a sus dueños, se viene practicado desde mucho tiempo atrás. Antes de que las Cajas de Ahorro hiciesen acto de presencia, allá por los años 50 del pasado siglo,  en las clases modestas resultaba  consustancial con ellas poner a buen recaudo los ahorros recurriendo al jergón.

Era esa la costumbre extendida antes de que hiciesen  aparición entidades financieras. La de Ronda extendió sus tentáculos primero por toda la Serranía; luego lo haría por el resto de la provincia. Don Juan de la Rosa, su fundador, figura preclara de la ciudad, inauguró lo que luego sería una costumbre que solo en parte vendría a sustituir el lecho como lugar  más apropiado para poner a buen recaudo los menguados estipendios familiares una vez detraído lo necesario para el sustento.  Hasta hace muy pocos años mencionar a Juan de la Rosa no se entendía sin traer a colación la ciudad de Ronda, o más específicamente la Caja de Ahorros por él fortalecida a partir del “Monte”, nombre que todavía persiste entre los rondeños, pero que inicialmente no era sino una casa de empeños. Merced a esta entidad financiera y la obra social y cultural que a la sombra de aquella creció y fructificó con los espléndidos resultados que hoy son evidentes,  el nombre de Ronda, con ser ya bastante conocido gracias  a sus monumentos naturales e históricos, sus mitos y sus leyendas, se catapultó sobre medio mundo. Se hizo valer con más fuerza si cabe la proclamación que de ella hizo Rilke y que hizo fortuna hasta nuestros días. La “ciudad soñada”, en efecto,  se había de acrecentar con la aportación del esfuerzo de este hombre ejemplar que creó escuela del buen hacer y el mejor obrar en la economía y el apoyo a la cultura andaluza, amén de su ingente obra social. 

    Pero eran otros tiempos, ya digo. La antigua Caja rondeña cambió su nombre (y con él extendió su presencia en otras regiones españolas) por la de Unicaja. Las oficinas de esta entidad desaparecieron de algunos pueblos del interior peninsular, lo que obligó a su gente a dar un nuevo rumbo a sus ahorros, o como había sido habitual volver a salvaguardarlo bajo el colchón. Coadyuvó asimismo la escasa rentabilidad que brinda la banca a los depósitos, descendidos hasta lo inverosímil por mor de la caída del euribor en ámbitos palmariamente negativos.

   Cunde el temor en los pequeños ahorradores y alcanza no solo a  los que ya cobran pensión por su edad sino también a los jóvenes que con notoria asiduidad  se muestran remisos a depositar su dinero en el banco de turno. No es que se desconfíe por norma de las instituciones financieras; es la costumbre lo que impera en este sector de la población que considera sus ahorros de escasa cuantía y recurren al colchón como saben y era notorio en el caso de sus antepasados más próximos.

   La costumbre impera en Andalucía con diferencia en otras regiones españolas. Es aquí, y sobre todos en sus pueblos más remotos, en los que el decir de los más viejos del lugar se toma como un precepto obligado a seguir al pie de la letra: “No ahorres lo que queda después de gastar; gasta lo que quede después de ahorrar”. Viene como anillo al dedo en la cuestión de saber poner a buen recaudo nuestras ganancias a recaudo: bajo el colchón, como lugar pintiparado para ese menester.  

 

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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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