Un aniversario para festejar
JOSÉ BECERRA
La Constitución que nos dimos los españoles hace la friolera de 40 años sigue, impertérrita, mostrando su vigencia, pese a los agoreros que aluden al desfase de su vigor y la ningunean clamando por una remodelación. Craso error el de quienes tratan de ponerla en cuestión. Es lo que intentan, como no podía ser de otra manera, aquellos que conjuran por hacerla saltar en pedazos, caso de los antisistemas con resabios independentistas que no la toleran. Dejando a un lado los ya cansinos soniquetes catalanes en perenne diatriba y considerando los logros obtenidos tanto en lo económico como en lo social durante el transcurso de las últimas cuatro décadas en nuestro país, obligado es reconocer, y así se admite incluso más allá de nuestras fronteras, que el balance no deja de ser inequívocamente positivo.
Irrefutable ha sido el marco de sosiego y paz en el que se han movido tanto la derecha como la izquierda para transmitir sus respectivos postulados en uno u otro momento del derrotero de estos últimos años. España, merced a ese tránsito de progreso en todos los órdenes no le va a la zaga a los más señeros países del mundo en esta cuestión: se puede codear con los más avanzados en no importa que cuestión de concordia o progreso, sin desmerecer un ápice.
A quienes de manera subversiva quieren romper España, la existencia de la Monarquía les estorba, cuando es un hecho irrefutable que la nuestra no le va a la saga a las existentes en el Reino Unido o en Noruega, entre otros países europeos en donde la aceptan y abrazan desde tiempo inmemorial y nadie osa estorbarlas o aniquilarlas. Hoy por hoy, la Monarquía de la que responde Felipe VI responde sin tapujos a las exigencias de ejemplaridad y eficacia que se exigen para la validez plena de la que se conoce como monarquía parlamentaria, una de las formas de gobierno democráticas predominante en los países occidentales actuales, y que responde a las exigencias de que el rey ejerza la función de jefe del Estado dependiendo del control de los poderes legislativos y ejecutivos, por ende, del parlamento y del gobierno de rigor. Parámetros que de manera incontestable personifica nuestro rey, quien de manera ejemplar cumple el papel constitucional exigido por nuestra Carta Magna.
A la pregunta que hoy por hoy se eleva clamando por una reforma constitucional habría que responder que no es absolutamente necesaria: se puede avanzar sin merma en el progreso del país. La clase política actual, por otra parte, es posible que no responda a los retos actuales exigidos para tamaña consumación. Ni el consenso ni la clarividencia de ideas parecen responder a las que coadyuvaron para su elaboración en el período histórico de la Transición española. En aquel entonces España abordó una serie de transformaciones con el fin último de democratizar “la vida política, económica y social del país” tras el fallecimiento del dictador Franco. Hoy por hoy se nos antoja que no se dan las mismas circunstancias para llevar a cabo su enmienda urgente. Sí importa, empero, festejar los 40 años de democracia y libertad obtenidos como homenaje a nuestra Constitución y al espíritu de concordia que la asiste.