Pandemia y añoranza de pueblos pequeños
JOSÉ BECERRA
Los que vivimos en grandes ciudades, pero somos oriundos de pequeños pueblos, no podemos por menos que añorar la tranquilidad que en ellos se goza. Sentimiento que ahora se agudiza más si cabe apesadumbrados por vivir en grandes urbes amenazadas por el fantasma de la pandemia que se ceba sin piedad en sus habitantes. Si se añora la vida retirada en pequeñas poblaciones por parte de quienes en ellas vivieron luengos años pero las abandonaron por las más diversas razones, ahora más que nunca vuelven éstos su mirada hacia ellas.
Siempre se dijo con marcada displicencia que en los pueblos del interior malagueño nunca pasa nada. Tenían razón quienes hacían estas aseveraciones. Por no pasar no pasa ni ese malhadado virus que hace temblar a toda la humanidad del globo terráqueo. Lo que no quita que se alcen voces de las autoridades locales para evitar que el mal se enseñoree de sus escasos moradores. Siempre se argumentó que en municipios de poca monta las carencias de todo tipo contrastaban con los beneficios que dispensaban las populosas ciudades.
Pero en circunstancias adversas como las que ahora nos toca vivir no somos pocos quienes echamos de menos las ventajas que nos ofrecen las pequeñas demarcaciones cotejándolas con las que hoy por hoy nos brindan las grandes conurbaciones aguijoneadas por ese mal endémico que las flagela sin piedad. Como se ve fustiga de manera particular a los mayores, victimas propiciatorias y carne de cañón quienes ya no cumpliremos los setenta abriles, porque ya lo hicimos con creces y somos blancos de este maléfico virus que está originando pánico y diezmando esta población a placer.
Es de sobras admitido que vivir en un pueblo de escasa población incide más que nada en la carencia de servicios que en las ciudades abundan y hacen el transcurrir de los días de forma más placentera. Pero he aquí que ahora los habitantes de pequeñas demarcaciones son mirados con cierta y no muy sana envidia por quienes habitan en populosas ciudades. La vecindad sigue a rajatabla las directrices que emanan desde los poderes públicos y acatan la exigencia del confinamiento impuesto, pero la situación es más soportable y llevadera porque las necesidades de la despensa se pueden corregir de manera más rápida y llevadera que en las grandes urbes particularmente azotadas por el furor de la pandemia.
Se impone y acatan, no obstante, por la pequeñas poblaciones los los mandatos férreos que emanan de las autoridades locales y provinciales. Pueblos de escasa población y ciudades populosas unidos todos contra este el malhadado coronavirus que nos amenaza y subyuga. Con todo, no tiene uno por menos que añorar la vivencia en estos lugares entrañables en donde casi nunca pasa nada y que de manera presumible, por la escasa población existente, no vivirán las vicisitudes de quienes habitamos en ciudades populosas, ahora mal que nos pese con el miedo metido en el cuerpo. La añoranza es ahora, más que nuca, inevitable.