Los pueblos del interior, esos en los que malviven quienes en ellos quedaron tras las desbandadas que supusieron las migraciones de gente en pos de nuevos horizontes para sus vidas, están ahora en el punto de mira de muchos. Sobre todo para buena parte de quienes en las populosas urbes suspiran por tierras en las que la pesadilla del virus que atosiga por doquiera no ha osado sentar sus reales. Retornar a los pueblos es un deseo vivo o soterrado para quienes de ellos partieron por las más diferentes cuestiones, y una aspiración para los que nacieron en urbes, pero se les antoja que allí han de encontrarse con una situación que vendrá a apaciguar los acuciantes temores que les embargan. Se huye de las urbes como almas que escapan del diablo.
Los pequeños pueblos del interior peninsular están en el punto de mira de quienes moran en la ciudad y ansían huir de su farragoso tumulto. Aire puro, estancia asequible y segura y certeza de que conforman un valladar ante los zarpazos implacables del maléfico bacilo.
Ha nacido y ¡con qué ímpetu! la querencia hacia los pequeños pueblos del interior, en su mayoría libres del azote pandémico. El turismo rural como contrapunto al del sol y playa característico en las ultimas décadas gana adeptos por días. Se cambian las playas tumultuosas y las esplendentes ciudades atiborradas de gente por la paz y serenidad que se pueden disfrutar en un pequeño pueblo. Si en él se puede respirar a pleno pulmón sin temor al flagelo del germen, miel sobre hojuelas. Se vuelven los ojos con delectación a pueblos del interior que siempre estuvieron ahí, pero que sufrieron del olvido cuando no de la malquerencia de quienes abolieron de la estancia en minúsculos núcleos de población,dando por hecho de que en ellos imperaba el tedio y la mal vivencia.
Miran hacia el interior provincial muchos malagueños que, por mor de la que está cayendo, tratan de buscar recónditos lugares. Sobresale en el conjunto Ronda, a la que Washington Irving cantó: “Ha habido una tormenta esta noche, viento y lluvia. Miro por la ventana: es hermoso el efecto de la luz de la luna quebrando la niebla en el puente. Cuelgan blancas viviendas, que siguen el curso del río en el fondo del abismo…”. El turismo rural cobra inusitada fuerza y a este fenómeno inusitado abren sus puertas Mijas, Antequera, Rio Gordo, Cómpeta, Humilladero, Cartajima, Jubrique o Cómpeta… Un aluvión de gente se deja caer con gozo por sus andurriales huyendo de la quema en las poblaciones populosas y en pos de días en contacto con una sana Naturaleza que ni imaginar podía. Un fenómeno bullanguero que ha venido a dar inusitados ímpetus a las casas rurales del entorno para las que las incursiones en estos lares ha supuesto un filón del todo imprevisto. El senderismo cobra enteros y una inusitada muchedumbre ocupa caminos y veredas en un entorno rural que ni siquiera podían sospechar que habría de proporcionales tan gratos momentos.
La vuelta a los pueblos es un hecho que se constata de manera evidente. La vida rural está consiguiendo adeptos que ni se presentían pocos meses atrás. Aires sin máculas del virus está permitiendo que pequeños núcleos de población , perdidos en las fragosidades de las sierras y que perdían población por días, casos de la Serranía de Ronda o la Axarquía malagueña, no salen de su asombro. Han visto sus antiguos ocupantes cómo sus calles, desiertas hasta ahora, han recobrado un inusitado ajetreo impensable años atrás.
Cobran inusitada actualidad comarcas que hasta hora languidecían a ojos vistas, caso del Valle del Genal,un lugar pintiparado para quienes deciden dejar atrás las arremetidas del virus. Estratégicamente situado en el meollo de tres parques naturales(Sierra de Grazalema, Los Alcornocales y Sierra de las Nieves) conforma un panorama de postal en el que es obligado resaltar la variopinta y esplendente de la riqueza de su fauna y flora. Ambas buscan y se reflejan en las limpias aguas del río: conforman de manera variopinta charcos que en verano son pura delicia para baños refrescantes, y que se antojan idílicos lugares en los meses del tórrido calor veraniego.
De manera casi paralela al Genal se resbalan impetuosas las aguas del río Guadiaro, que casi dan la mano para crear un fondo único y de gran embeleco para pueblos que jalonan su curso. Atajate, Algatocín, Benaoján, Benarrabá y Benadalid, entre otros pueblos serranos, seasoman, coquetos, al espejo de sus limpios y claros cursos. Aguas que reflejan a su paso ya frondosos castañares, ya espigados pinares, que las coronan complacientes. El retorno feliz y placentero a los pueblos del interior se impone.