Asustaba la cantidad de españoles que ya se aglomeraban cada día a las puertas de Cáritas con la esperanza de conseguir un plato de comida para subsistir. Algo que ahora se ha intensificado sobremanera a raíz de los días que atravesamos sacudidos por una pandemia que no muestra visos de desaparecer, mal que nos pese. Las parroquias cristianas se desviven por facilitar cada día un sustento para las familias que con esta pretensión acuden a sus puertas para lograrlo. Lo propio hacen las ONGs que ya venían atendiendo a más de 10 millones de españoles carentes de lo màs necesario para subsistir cada día.
Forman filas – “las colas pavorosas del hambre” – ante los comedores sociales para saciar las exigencias del alimentarse cada día, o conseguir lo indispensdable a fin depagar el alquiler,el agua, o la bombona de butano. Y por supuesto, para atender el recibo del fluido eléctrico ante el temor de que, además de tanta miseria,también se vean abocados a las tinieblas en su propia casa. Son los nuevos pobres, gente que se estrenan en este lamentable estado de carecer de todo lo màs esencial para la propia supervivencia, cuando hasta ahora habían soportado lo que se conoce como un mediano pasar. Situación esta agravada por los devatadores acontecimientos de la penuria que ahora les abate.
Sorprende, cuando no espanta, que un gran número de los que vienen a solicitar alimentos a las puertas de los comedores sociales u organismos de índole humanitario cuelgan en sus domicilios la acreditación de haber concluido estudios superiores. Forman el listado de un ERTE y no consiguieron tener acceso al Ingreso Mínimo Vital, aunque figuran en las listas de quienes lo solicitaron pero las esperas para conseguirlo se alargan en el tiempo y los resultados satisfactorios brillan por su ausencia.
La situación in extremis de muchos hogares españoles en los que el hambre y la ausencia de lo màs elemental para la supervivencia brilla por su ausencia exige medidas drásticas que no deberían obviar nuestros políticos sean del color que sean. No es que la democracia que nos dimos esté en la cuerda floja, que también, es que un estallido social de imponderables consecuencias se vislumbra en el horizonte más temprano que tarde con consecuencias del todo imprevisibles. Obligación es de nuestros políticos de altos rangos, tanto de la derecha como de la izquierda evitar esta posible eclosión social, que, hay que decirlo, no atañe solo a nuestro país, sino que es común a buena parte del mundo, sean consciente de la gravedad del momento y se pongan mano a la obra para mitigarlo cuanto antes.
Se habla ahora sin conocimiento de causa cuando se vislumbra rayos de esperanza que vengan a aliviar la situación que ahora nos aniquila de una “nueva normalidad”. Craso error. No es probable que esa situación por mucho que se anhele cobre ahora corporeidad de normal. Nuevos tiempos nos avocan y exigen nuevas pautas tanto en lo que toca a lo social como a lo político que no siempre son halagüeños. Si se trata de esquivar la desigualdad que hoy por hoy se evidencia y que puede desembocar en una quiebra del sistema democrático que en su día nos dimos provocando una realidad social que acabe con eclosionar las directrioces que en su día abrazamos, necesario parece que se tomen medidas tan urgentes cono necesarias.
Como cabía esperar las manifestaciones de protestas por la situación catastrófica que muchos viven en al amplio solar hispano, se intensifican por días. Un grito unánime se ha dejado oír aquí y acullá: ” Si el virus no nos aniquila, lo hace el hambre!” , lamentación estentórea de quienes no tienen un puesto de trabajo y ven como sus familias se debaten en la miseria y el abandono. Por el bien de todos es aconsejable que, por parte de quienes corresponda, se de una solución aceptable a quienes que piden trabajo para remediar sus males, entre los que no es menor el miedo a que el virus se cebe en ellos sin piedad. Mala consejera es la pobreza enquistada y es deber de quienes nos gobiernan ponerle coto.