FOTO.Diario SUR
Ya antes que Zapatero hablara de que nuestra economía se codeaba con las que, buscando un símil futbolero, militaban en la Champions había quien se jactaba del “milagro español”. Padecíamos de ceguera y sordera. Nos creímos ricos y potentados. Suscribíamos hipotecas imposibles, nos embarcábamos en la segunda residencia, ésta al pie de playa, y cambiábamos de coche cada dos por tres. Los bancos nos animaban al derroche: jamás ponían cortapisas para conceder créditos con los que atender nuestro frenesí suntuario.
A la letra menuda de los contratos, ni caso. “Sin problemas”, nos enardecía el director de la entidad financiera de turno, mientras, después de plasmar nuestra firma en el documento se frotaba las manos, tratando de contagiarnos su satisfacción. Veía un futuro venturoso con un retiro de oro, como realmente ocurrió en muchos casos. Pero para el incauto ahorrador firmante llegaron tiempos borrascosos: vieron cómo se volatizaban los ahorros con las participaciones preferentes; o cómo las “cláusulas suelo”de la que no tenían ni pajarolera información les aherrojaban al pago imposible de hipotecas que en infinidad de casos acabaron en ignominiosos desahucios.
A estas alturas y sopesando las culpas de tan dramática situación, pondremos en la balanza, a un lado, quienes se dejaron llevar por un optimismo desenfrenado y firmaron alegremente lo que le pusieron en las manos; de otra, a quienes le pintaron un mundo de color de rosas; a saber, los bancos pésimamente gestionados y que acabaron quebrados. Y, por último, las instituciones que, obligadas a intervenir en tamaños disparates miraron para potro lado: Banco de España y el CNMV.
Resulta claro que los primeros, con ser culpables, lo son en menor consideración que los otros. Las leyes no eximen de responsabilidad a quienes la quebrantan por ignorancia, pero piensa uno que mayor culpa reside en quienes las violan a sabiendas y deliberadamente.
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