
Los comercios minoritarios a remolque de los nuevos tiempos están llamados a desaparecer. Les toca batirse en retirada. Las pequeñas tiendas de toda la vida, aquéllas a las que acudíamos y cuyos dueños nos vieron, siendo renacuajos,corretear por la calle para luego regocijarnos con la barra de regaliz o el caramelo almibarado, cierran sus puertas. Estos entrañables establecimientos -muchos santo y seña de los pequeños pueblos-,empezaron a escribir las últimas páginas de su historia. La llegada de los “super” y las grandes superficies con la despiadada competencia a la que los someten están labrando su final. A lo que hay que añadir los efectos de la nefanda crisis que a nadie ni a nada respeta.
¿Corren la mismas suerte los pequeños comercios de los pueblos de escasa entidad por la minúscula cifra de población? Todo parece indicar que sí, que la revolución de los transportes que se acusa en el seno familiar – una casa, un coche – hace que sea posible trasladarse a la ciudad vecina para procurarse las provisiones, prescindiendo de la tienda de la esquina.
Peinando ya copiosas canas,vuelve uno la mirada con dulzona nostalgia a las pequeñas tiendas pueblerinas en las que se podía mercar casi todo. Además de los alimentos básicos para sobrevivir se podían encontrar en ella alpargatas, agujas de tricotar, colonia y brillantina para el cabello, parches porosos Sor Virginia para los dolores musculares, pastillas Valda para la tos, cuajos para la elaboración casera de quesos, cartillas y “libretas” para los escolares, e incluso tiras doradas y adornos para los ataúdes… Un abigarrada mezcolanza de artículos que satisfacían las necesidades de una clientela modesta y, por lo general, escasa de medios económicos.
Pero se trataba de parroquianos fieles a los que no se les negaba nunca el”fiado” porque se daba por descontado el cumplimiento cabal de la deuda cuando llegaran tiempos mejores; por ejemplo,el regreso de los segadores que regresaban con las alforjas repletas después de sudar y gemir en los campos de pan llevar en las provincias vecinas.
¿Se imaginan ustedes pedir “fiado” en el Mercadona ? En los colmados de los pueblos era el pan de cada día. Había una tendera en Benaoján ( que no es la de la foto) que no entendía ni de letras ni de números. Así que apuntaba con círculos los “duros” y las pesetas con rayas. Comerciante y cliente se entendía a la perfección, aun recurriendo a este galimatías de torpes dibujos.
Sucumben las pequeñas tiendas, que los nuevos tiempos mandan, y con ellas se nos va algo entrañable, una manera amistosa de entender las transacciones comerciales en los pueblos de poca monta.
Foto de Rafael Condill .Una tienda antigua de pueblo.
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