Haciendo abstracción de los males inherentes al bipartidismo que protagonizaron Antonio Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración y padre del Partido Liberal Conservador, malagueño por más señas, y Mateo Sagasta del Partido Liberal Fusionista)– elecciones amañadas, diputados elegidos a dedo desde las cúpulas dirigentes, caciquismo y pucherazos a ultranza – lo cierto es que la estabilidad fue la mayor conquista del régimen, edificado con el patrocinio de Alfonso XII, cuya figura se trataba de fortalecer, a finales del siglo XIX.
El bipartidismo con todos sus defectos patentes hizo posible el desarrollo industrial, la mejora de los intercambios con otros países europeos, al mismo tiempo que impulsó significativos cambios en la cultura española. El partido en el poder de forma alternante incluso cooperaba para que el que habría de sucederle llegara sin quiebras a regir los destinos de los españoles. Un “turnismo ”, en fin, que logró efectos positivos para los gobernados.
El bipartidismo que hoy por hoy soportamos poco puede ofrecer en las mejoras que los españolitos de a pie esperamos. Mirándose su propio ombligo, no parece que se gobierne para el pueblo, por lo menos para los más afligidos por el paro y la rémora de la crisis, sino para afianzarse en el poder y allí atrincherados moverse a sus anchas.
Tirándose los trastos a la cabeza un día sí y otro también y ofreciendo episodios de corruptelas tanto en uno como en otro bando el panorama se ennegrece por días, y gane quien gane en las próximas elecciones europeas y las generales de 2015 no parece que las cosas vayan a cambiar substancialmente.
De ahí la necesidad de que este bipartidismo enquistado y poco edificante se sustituya por otra deriva política que, pienso, pueden venir de la mano del ascenso de la UPyD de Rosa Díez y de Ciudadanos de Albert Rivera. Ambos han empezado a inquietar a los dos grandes partidos que ven cómo se afianzan por días en el sentir ciudadano.
Foto: Albert Rivera, líder de Ciutadans