Ha sido este un año aciago en el que culminaron los desastres que ya mantuvo su antecesor en el cómputo del tiempo. Para muchos, ese año que se nos escapó de las manos, será para no recordar o para recordarlo con pesadumbre. Que lo digan si no esos cinco millones de parados y las miles de familias en desamparo o las apreturas que durante su transcurso se vieron sometidos los hipotecados que tuvieron que volver al seno del hogar paternal después de ver cómo perdían la casa que les costó sudor y lágrimas conseguir.
Digamos que el sentido del dolor y del sufrimiento humano siempre estuvo presente como un desafío de la fe cristiana. El dolor del mundo es cierto que nos acongoja y nos hace formularnos preguntas cuyas respuestas, por nuestras limitaciones humanas, jamás llegaremos a entender. Los justos padecen hambre y miseria y los que no lo son regurgitan bienestar. Es algo que por mucho que nos devanemos la cabeza no llegaremos nunca a entender-
Sin embargo, porque los humanos solemos envalentonarnos cuando las desgracias nos acosan y no nos arredramos fácilmente hemos encarado las fiestas navideñas sólo un poco más comedidas en los dispendios que ellas traen consigo. No hay que amilanarse, que este es tiempo de esperanza. Si unos sistemas de vida fracasaron, empeñémonos en otros distintos y superiores. Saldremos de esta. Y hay que repetirlo con convicción cuando expresemos nuestros deseos de paz y prosperidad para el 2012.