Carteros en apuros
Pertenezco a una modesta familia de pueblo que tuvo entre sus miembros a un honrado y esforzado cartero que ejerció sus funciones en Benaoján, el pueblecito que se asoma coquetón a las orillas del río Guadiaro y que es referencia obligada cuando de monumentos arqueológicos y naturales cabe hablar: las cuevas de la Pileta y El Gato, asombro de propios y extraños.
Cristóbal Becerra, que simultaneaba el oficio de rapartidor de misivas con el de panadero, cubría diariamente la distancia que se separa a la villa del chorizo y la morcilla – otro aliciente del municipio desde tiempo inmemorial – con la Estación de Renfe, distante más de un kilómetro por un camino pedregoso que los del lugar denominan Camino del Río. Abajo y arriba cuatro veces al día, al hombro la voluminosa cartera de Correos. Un ímprobo trabajo mal remunerado que mantuvo hasta la jubilación, si bien en los últimos años se servía de un viejo borrico que vino a liberarle en parte del esfuerzo diario por el camino de cabras.
Los carteros de pueblos supieron merced a su labor callada y no pocas veces excesiva suscitaron el aprecio de sus concioudadanos tanto por su meritorio trabajo como ser esa especie de cordón umbilical que les mantenía en contacto con el resto del mundo.
Hace una semana, los carteros de España estuvieron llamados llamados a una huelga de 24 horas en protesta por los recortes de personal y condiciones laborales aplicados arbitrariamente por Correos. La que se considera como la “empresa más grande del país” no contenta a sus trabajadores, es más suscita su animadversión por reducciones drásticas de plantillas y el aumento considerable de la eventualidad. Un dato llamativo que enerva a los trabajadores es que de los de 75.000 empleados que en su día llegó a contar solo 40.000 permanecen en sus puestos. ¡Un buen tijeretazo, vive Dios!
Los viejos tiempos en los que mi tío Cristóbal y otros tantos como él rompían las suelas de sus zapatos pateando suelos imposibles y cargando sobre sus espaldas la carpetas atiborrada de buenas o malas nuevas ya pasaron. Ahora las inquietudes son otras. La incertidumbre de permanecer en el puesto de trabajo se une a la desconsiderada bajada de salarios que pone en juego la estabilidad de sus familias, entre otras medidas no menos apabullantes.
La figura del cartero y su deambular callejero fue y es una de las estampas propias de nuestros pueblos. Vaya mi reconocimiento y admiración para los que desempeñaron este trabajo en el pasado y para los que los ejercen ahora. Son exponentes de honradez y un callado buen hacer por todos reconocidos.