El escepticismo imperante
Si existe un sentimiento generalizado en la sociedad actual española, y sobre todo, en los sectores más deprimidos, ese es el del escepticismo. La desconfianza y el descontento aflora en quienes ya no esperan grandes cosas de las instituciones. Nos mostramos incrédulos cuando no indiferentes porque dudamos de la eficacia de la acción de los políticos, de los sindicatos, de la justicia. Esta incredulidad y descontento se la han ganado a pulso.
Cuando vemos cómo crece el paro y los que ostentan el poder se ven impotente para contrarrestarlo – hay quien ya confiesa su impotencia ante este pavoroso problema algún que otro miembro del equipo del Gobierno -, es natural que no nos sorprenda la actitud de quienes se vieron abocados a esa situación de desamparo. Sí, hay quien no se cruza de brazos y muestra su irritabilidad con los medios de que dispone: la manifestación, la protesta, las proclamas. Pero los más, no es que se resignen es que han acabado por admitir que nadie va a poner fin a la fatalidad que le oprime. Hay quien ya no busca trabajo disuadido de que es misión imposible. Se ven sumidos en esta tesitura sobre todo los jóvenes que vieron truncadas todas las ilusiones de futuro.
El desencanto hace presa en quienes no ven en los partidos políticos más que una ilusión una rémora para solventar las dificultades que les abaten. Discuten entre sí, ejercen una política cortoplacista, anuncian pactos y líneas de encuentros que nunca llegan a cuajar,y, en general, arriman al ascua a su sardina echando mano al mamporro para zaherir al contrincante.
¿Se puede uno mostrar indiferente a los tejemanejes de quienes en su día prometieron velar por nuestros intereses y solucionar nuestros problemas? Cuando nos imbuimos de la ineficacia de su obrar no nos queda otro camino, descontado el de salir a la calle y exteriorizar nuestra rabia. De ahí la meteórica ascensión de Podemos,partido que seguramente va a poner en un brete al bipartidismo que hoy soportamos, aunque en estos días también se pone en entredicho por las más que dudosas acciones de algunos de sus líderes,entre ellos Errejón pillado con el carrito del helado en sus relaciones con la Universidad de Málaga mediante trabajos de investigación muy bien pagados pero nunca ejecutados.