La idea embrionaria partió de la Diputación de Barcelona. En el año que ahora ya agotó las hojas de su calendario se organizaron clases periódicas y cuasi obligatorias para los alcaldes y concejales de pequeños municipios de la comarca.
Bien provistos de todo lo necesario para el buen aprovechamiento del alumno acudieron a una escuela de negocios – Esade- encargada de impartir las clases pertinentes a los ediles. Se les instruyó sobre como emplear los recursos con la máxima eficiencia; o sea, a ser gerentes profesionales para administrar de manera optima la hacienda que los votos les confiaron.
Abogamos porque estas enseñanzas también se imparten en el resto de España y, por supuesto, en la provincia de Málaga, en cuyos pueblos y ciudades serían bien recibidas por loa gente de la calle.
Gestionar recursos asignados, pero también aprehender comportamientos éticos. Para que entiendan el auténtico valor del servicio colectivo. Y para que hagan suyo un lema que debería ser grabado con letras de fuego en el frontispicio de muchos ayuntamientos y que, en cierta ocasión le oí decir a un político honrado y avezado: “Todo aquello por lo que luchamos y creemos – la libertad, la igualdad, la justicia – encuentra su máxima expresión en el despacho de un concejal, pues es aquí en donde se concreta en una persona con nombre y rostro”.
Aciertan los pueblos que eligen alcaldes que ven a los convencimos como a sus propios amos, y que como decía Tierno Galván. “tienen los bolsillos de cristal” para que sus ganancias sean transparentes.
Hoy claman los alcaldes de ayuntamientos, en su mayoría asfixiados económicamente, por más y mayores competencias; pero éstas sirven de muy poco si no existe la vocación de ejercer su menester obedeciendo al compromiso con sus destinatarios últimos, que no son sino los ciudadanos, o sea, el pueblo llano.
Que aprendan.