Foto: Benaoján.es
Resulta inconcebible que una gruta que ha suscitado a lo largo del tiempo una admiración sin cuenta muestre unos accesos impracticables. Hubo, sí, una aproximación al problema – puente sobre el Guadiaro y vallas limítrofes destrozadas – por parte del delegado provincial de Medio Ambiente, Francisco Fernández y el alcalde de Benaoján, el independiente Paco Gómez, pero el acuerdo desembocó en agua de borrajas. Si te vi no me acuerdo. Las cosas siguen igual pese a que los visitantes siguen llegando a tan particular espacio natural, pero no dejan de constatar la deplorable situación en que se encuentra.
La cueva del Gato, a un tiro de piedra de Benaoján y a poco más de Ronda, gana enteros por días en la nómina de las maravillas de Málaga. Que la famosa caverna siga produciendo asombro para unos e inquietante fascinación para otros, merezca la atención de buena parte de quienes se deciden acercarse hasta ella no puede por menos de llenar de orgullo a quienes tuvimos la suerte de nacer en sus inmediaciones y crecer teniéndola de telón de fondo de excursiones y comilonas campestres.
Porque si existe un monumento natural, no digo en la provincia sino en buena parte dela Península al que se le pueda sacar mayor provecho, es esta cueva donde, aparte de su contemplación, se puede permanecer durante todo un día disfrutando de un microclima excelente. Propiciado éste por lo abrigado de su situación entre rocas y dehesilla, sobre todo en tiempos de farragosa canícula, es un alivio para el cuerpo por la sensación de frescura que dispensa, y para ánimo disponiéndolo para el sosiego y la relajación.
¿De qué potentes cinceles se sirvió la naturaleza para esculpir en la roca viva la colosal efigie desdentada y horripilante de un felino dispuesto a saltar sobre su presa? ¿Qué fenómenos telúricos y qué coincidencias en geomorfología tuvieron que coincidir para que por las fauces del gato escupiera un torrente de forma tal que asemejara el vómito eterno de lo más profundo de sus entrañas? ¿Quién modelaría la inmensidad de una oquedad que hoy maravilla y en la que suceden salas y lagos, fantasmagóricas unas y fascinantes los otros cuando no peligrosos y mortales para los osados que, sin destreza ni experiencia, se aventuren en su interior? No existe otro adjetivo que el de pasmo, por ser esta la sensación que experimenta quien por primera vez se enfrenta a la espelunca.
Y a sus pies, sin solución de continuidad, el charco Azul. Limpias y frías aguas del río Gaudares o Campobuche, que en cualquier época del año se precipita en vistosa cascada, dando lugar a un escenario idílico con un verde proscenio de adelfas y mimbreras, que desde siempre hicieron las delicias de quienes sabían de las excelencias del remanso.
Aquí cuentan los cronicones medievales que acamparon las tropas de Pompeyo para invernar, antes de su enfrentamiento con la de César en Munda, el Monda de hoy. Pero antes anduvieron por sus intrincadas galerías nómadas del Paleolítico y del Calcolítico posterior.
Monumento natural sin reservas, substrato histórico, sugerente lugar para quienes todavía sueñan con paraísos perdidos, ameno rincón para contrarrestar los calores, no es casual que el Gato figure con derecho propio en el índice de maravillas naturales malagueñas. Harían bien las administraciones públicas en conceder la atención que merece tan particular espacio con tanto significado para la oferta turística no solo de Benaoján sino de la Serranía de Ronda.