Norman Bethune, un héroe para el recuerdo
Málaga y su provincia contrajeron décadas atrás una deuda impagable con Norman Bethune, médico canadiense que sumido en el fragor de la Guerra Civil Española (año 1937) dejó constancia de su sapiencia y humanitarismo practicando transfusiones de sangre en circunstancias aciagas pero que no obstante salvaron innumerables vidas. Alrededor de su destartalada camioneta transformada en improvisado hospital de campaña zumbaban las ametralladoras -moscardones de muerte- o las explosiones de bombas diezmaban a una población indefensa que, fustigada, corría despavorida como animales acosados que inútilmente buscaban refugio a la desesperada. Lo hacían camino que por estos sucesos mereció para la posteridad el sobrenombre de la “Carretera de la Muerte”.
Ocurrió este suceso tristemente histórico cuando los días de la República en Málaga tocaban su fin. Columnas franquistas asediaban la ciudad. Desmontada la resistencia republicana y sin posibilidad del Gobierno local de hacer frente al enemigo, los malagueños no adictos al Movimiento Nacional huyeron despavoridos por la carretera que bordeaba el mar y que transcurría hasta la provincia de Almería.
Una familia de Benaoján, un pequeño municipio perdido entonces en las sinuosidades de la Serranía de Ronda, vivió aquéllos estremecedores sucesos unas veces por carreteras inviables y otras a campo través. La componían los padres – él maestro de escuela – y sus dos hijos de muy pocos años.
Partieron del pueblo que bordea el Guadiaro, vía fluvial que imprime vivacidad y color a la abrupta Serranía de Ronda y a sus picos inaccesibles, hasta desembocar por caminos imposibles, junto a otras familias del pueblo que se vieron amenazadas en su integridad física por el imparable avance del enemigo, en la carretera de San Pedro Alcántara, que culebreaba entre barrancos insondables, recogiendo una ingente muchedumbre procedente de localidades limítrofes. Dieron pie al proceso calamitoso que en la zona se conoció como “la huida”, un término con connotaciones tétricas que perduró en la mente de los lugareños casi hasta nuestros días. El éxodo se organizó en Málaga con toda la precipitación que requería el sentir que los llamados nacionales pisaban los talones a los que huían con tan solo los pobres bártulos que podían sostener sus espaldas cuando éstas no eran ocupadas por los niños de corta edad incapaces de caminar por sí solos.
La familia serrana que aludo vivió en sus carnes una despiadada persecución por mar y aire- las fragatas Canarias, Baleares y Almirante Cervera y los aviones de caza de la Legión Cóndor alemana y sus lenguas de fuego – que diezmó a la muchedumbre despavorida en todo su tránsito por la carretera de Almería desde el Peñón del Cuervo, en las proximidades de la Cala del Moral hasta llegar a su destino final. Es lo que nos relata Juan – que hoy cuenta más de 80 años- , el hijo menor de la familia que entre otras muchas sufrió la ominosa persecución. No pudo evitar que una lágrima furtiva, que trató de disimular con un manotazo, resbalase por sus curtidas y apergaminadas mejillas.
Ensalzó la figura de Norman Bethune, que llegó a conocer personalmente y sus esfuerzos infrahumanos para salvar vidas. “Dispuso en un desvencijado vehículo todos los instrumentos necesarios para practicar transfusiones de sangre, operación ésta en la que él fue precursor en su Toronto natal, amén de otros utensilios de cirugía apropiados para atender a los soldados heridos en campaña a los que recurrió en la fatídica carretera de Almería.
Juan se desplazó hasta Málaga, venciendo sus achaques de la edad, cuando el Ayuntamiento de la capital dispuso años atrás un homenaje a la figura del médico filántropo y abnegado. No quiso perderse el acto que conmemoró la filantrópica hazaña. Junto a un lozano olivo y un pizpireto arce, cara al Peñón del Cuervo, una placa con una lacónica inscripción: ”Paseo de los Canadienses”. El anciano, la mirada errabunda, susurró unas palabras entrecortadas pero nítidas: “El recuerdo de Norman ha sido para mí imperecedero”.