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José Becerra

La provincia a vuelapluma

Mis viejas máquinas de escribir

 

 

Mis viejas máquinas de escribir

JOSÉ BECERRA

¿Dónde fueron a parar? ¿En qué obscuro desván o rincón de la casa habitada por familias con miembros que ya sobrepasaron con creces la cincuentena de años duermen el sueño eterno, si éstos no se deshicieron de ellas como un trasto arcaico e inútil? ¡Ah, las viejas máquinas de escribir! Fueron imprescindibles en cualquiera oficina que se preciara y asimismo constituyó  el recurso fácil para pergeñar misivas en infinidad de hogares que podían permitirse el lujo – años ha lo era- de su posesión. Hoy son una pieza de museo, avasalladas por las nuevas tecnologías a las que se recurre para dejar constancia de esa necesidad de comunicación con el resto del mundo.

Las arrinconó el ordenador, novísima herramienta de la que se dispone hoy día con infinidad de opciones con las que la vetusta máquina de escribir, en su parquedad, no puede competir, así que quedó, como digo, arrumbada y sin posibilidad de resurgir olvidada y menospreciada.

Una junto a la otra duermen el sueño de los justos mis tres viejas máquinas de escribir que tanto solaz me dieron para tramar mis escritos desde, mediado el pasado siglo, hasta bien entrado el presente. Ahora, de vez en vez, las miro entre nostálgico y agradecido, que no en balde soportaron el repiqueteo de mis dedos sobre sus teclados, hoy ajados.

Aquí yace la Smith Premier, empleada por mí en los  primeros pasos por el mundo de la escritura más allá del lápiz o la plumilla y el papel. Tiene doble teclado, uno para  las  mayúsculas y otro para las minúsculas, los tipos  desgastados por el uso, lo que habla a las claras de su antigüedad, que calibro en los primeros años del pasado siglo. Resistió mejor los embates del tiempo mi Underwoord, compacta y pesada, ya de un solo teclado para ambos tipos de letras. Y muy cerca de ella yace la Hispano Olivetti, portátil y funcional, cuya existencia enlazó con la fulgurante eclosión de los computadores, los cuales, como digo, acabaron por confinarla sin remisión, junto a sus viejas compañeras de función.

Hay quien todavía no se resigna a la sustitución de estos vetustos artilugios por los de nuevo cuño. Es el caso  de Manuel Alcántara, eximio poeta y no menos relevante articulista que todavía recurre a golpear el teclado de su máquina escribir para plasmar en el papel la palabra escrita en su caso siempre amena y sugerente, quizás seducido por su familiar apariencia, lejos de la del  ordenador, siempre más fría y distante.

Creo que no voy a deshacerme nunca de mis vetustas máquinas de escribir. Tienen un lugar preferente allí donde permanece todo lo que guarda estrecha relación con mi existencia: guardan  recuerdos indelebles en mi memoria. Que sean otros los que se deshagan de ellas, si les parece bien, cuando ya nada pueda disponer por mi cuenta.

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Sobre el autor

Nacido en Benaoján, 1941. Licenciado en Lengua y Literatura Española por la UNED. Autor de varios libros. Corresponsal de SUR en la comarca de Ronda durante muchos años.


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