Las manadas de indeseables que atentan contra los elementos arquitectónicos y de recreo y que son objetos de admiración por la gente de conducta normal y honesta vuelven a hacer acto de presencia en Ronda.
Esas fieras abyectas que pululan por las ciudades a su libre albedrío vienen dejando para nuestra rabia y consternación muestras de sus fechorías en parques y jardines. Con nocturnidad y alevosía quizás, pero en cualquier caso aprovechando la ausencia de testigos que podrían evitar sus desmanes o denunciar su proceder ignominioso, vienen dejando en la ciudad su impronta de desalmados con harta frecuencia.
Lo último, el destrozo de la figura escultórica levantada en una de las fuentes que vienen a regocijar el paso y la vista de transeúntes que buscan en la Alameda del Tajo un lugar de remanso y paz. El ángel que se erigía sobre la fontana apareció días atrás a sus pies y demolido. Una inicua acción que viene a demostrar el talante de estos libertinos enemigos a ultranza del mobiliario urbano que no se detienen y hacen objetos de sus fechorías todo aquello cuya presencia puede resultar agradable a ojos de personas de talante correcto y enemigo de fechorías felonas; éstas últimas como santo y seña de desalmados iconoclastas.
Harían muy bien las autoridades municipales en extremar la vigilancia de la Alameda, la cual es admiración de propios y extraños. Un recinto que hace las delicias de unos y otros por ser un retiro carismático para el paseo distendido merced al jardín botánico que encierra, amén de sus vistosas avenidas ajardinadas, y las colosales vistas que ofrece, bien acodado en sus balcones, como gran atalaya sobre la Hoya del Tajo. En vemos cómo discurre apaciblemente el río Guadalevín entre farallones imponentes, y en la lejanía la estampa evanescentes y brumosas de las crestas de la Serranía de Ronda.
Paseando entre acacias y cedros podríamos murmurar entre diente aquello de “doscientos años os contemplan”, y que resulta improcedente que las autoridades rondeñas no extremen las medidas para salvaguardar tamaña reliquia de los execrables enemigos de turno que la rondan con impunidad.